Parece que René Pérez (San Juan de Puerto Rico, 1978) lo tiene claro: «No creo que Calle 13 vuelva», asegura. Fue a mediados de 2015 cuando el cantante y compositor puertorriqueño —al que «The New York Times» definió como «el primer intelectual que llega al estrellato del reggaetón»— puso fin a la banda que más premios Grammy Latino ha recibido de la historia. En total, 21, superando a estrellas rutilantes y aparentemente alejadas de su mundo como Juanes, Alejandro Sanz o Gloria Estefan. Residente, como se le conoce artísticamente, quería emprender su propio camino lejos de su hermanastro, Eduardo Cabra «Visitante», tras sellar una rentable y brillante etapa que ha incluido colaboraciones con artistas tan dispares como Shakira, Omar Rodríguez-López (Mars Volta, At The Drive), Rubén Blades, Silvio Rodríguez o Tom Morello, de Rage Against The Machine. «Necesitaba un cambio. Para mí Calle 13 se había convertido en algo irritante. Sentía un tipo de comodidad que no me gustaba y quería hacer cosas nuevas», explica.
[Calle 13: «No creo que vuelva a colaborar con Shakira»]
La banda ponía el punto y final poco después de abandonar el refugio de Sony y lanzarse a la independencia con su propio sello, El Abismo, para publicar «Multi Viral»: «Fue una necesidad. A nivel creativo siempre fuimos libres de hacer lo que queríamos y teníamos el control de muchas cosas, a pesar de estar en una multinacional. Ahí empezó nuestra independencia, aunque ahora también tenemos el control de la parte económica», me contaba Residente en el verano de 2015, sobre este último disco en el que contaron con Eduardo Galeano para el tema «Intro – El viaje».
Ahora presenta su primer disco en solitario, que traerá en concierto a Torre del Mar (Weekend Beach Festival, 5 de julio), Barcelona (Festival Cruïlla, 8 de julio), Cartagena (La Mar de Músicas, 14 de julio) y Madrid (Festival Río Babel, 15 de julio). Un proyecto gestado a través de un viaje de dos años alrededor del mundo, con documental incluido, en el que, tras una prueba de ADN, buscó sus raíces musicales en Siberia, el Cáucaso, Pekín, Níger, Ghana o Barcelona, por citar solo algunos de los destinos que incluyeron zonas de guerra o escenarios de atentados como la escuela de Beslán, donde fueron asesinadas 334 personas en 2004. Lugares muy dispares donde grabó con músicos de la ópera china, guitarristas tuareg como Bombino, cantantes de la tribu dagomba o el mismo Goran Bregovic.
—¿Cómo puede afectar a una canción, musicalmente hablando, su visita al colegio donde se produjo la masacre de Beslán?
—De una manera muy importante. Antes de visitarlo, el tema «Guerra» no tenía el mismo final. La primera versión estaba concebida como una batalla para ganar y, al escucharla, casi podías ver a Messi acercándose a la portería rival para marcar un gol frente a cuatro defensas. Pero después mi lectura de la canción cambió por completo para reflejar cómo la guerra acaba con todo. Yo no soy místico, pero la energía que recibí allí, visitando el lugar con una madre que había perdido a sus hijos, fue tan fuerte que lo simplificó todo muchísimo. Incluso tenía una orquesta de 70 músicos preparada para grabar y decidí prescindir de ella para describir lo que yo sentí. A partir de ese momento, con un panduri y unos tambores era suficiente.
—¿Por qué este disco no podía haber sido de Calle 13?
—Porque es de Residente. Calle 13 es algo que vive dentro de mí y forma parte de mi vida, pero ahora es otra etapa. Comencé a trabajar en este álbum en solitario para tener una excusa con la que cambiar el sonido y hacer algo distinto.
—¿Nadie debería esperar el regreso de Calle 13?
—No creo. Yo lo veo como parte de mi historia, pero no es algo que se acabe sin más, porque son canciones que yo escribí y que voy a seguir tocando en mis conciertos. El concepto de Calle 13 evolucionó a Residente y este, probablemente, evolucione a otra cosa en el futuro.
—Y comienza su camino en solitario con el disco más colectivo de su carrera…
—Sí, el más colectivo, pero también el que tiene el concepto más sólido. A diferencia de los álbumes de Calle 13, donde el título del disco solo hacía referencia a una canción en concreto, como ocurría con «Entren los que quieran» o «Multi viral», en «Residente» (Sony, 2017) todos los temas se conectan entre sí.
—¿Todos esos músicos desconocidos que han colaborado en el disco y en el documental han cobrado?
—A todos se les pagó bien y, en dos ocasiones, hasta les cedí un porcentaje de los derechos de las canciones en las que participaron, como es el caso de los cantantes de la tribu dagomba, en Ghana, o algún músico de Siberia. Y eso es algo que no estaba obligado a hacer, porque trabajaron sobre ideas mías.
—¿Y por qué les cedió un porcentaje de los derechos solo a algunos?
—No me gusta mucho hablar de dinero, pero bueno… normalmente se ceden porcentajes cuando la persona participa en la composición de la música o la letra. Aunque muchos pusieron sus voces e instrumentos a disposición del disco, casi ninguno de los músicos participó en la composición. En estos casos, sin embargo, lo hice así por el esfuerzo que vi en ellos o porque sentía que dentro de la traducción de algunas letras o en sus colaboraciones aportaron algo que era suyo.
—¿Es la primera vez que viaja a una zona de conflicto armado?
—Sí, es la primera vez. Para mí fue muy fuerte, y eso que no estuve en medio de la guerra como tal, porque no quiero morir. Pero no fui a ninguna zona turística, sino a lugares complicados donde está Al Qaida, Daesh o Boko Haram.
—¿Sintió miedo?
—En realidad estaba tan preocupado de cómo iba a quedar el disco que no me dio tiempo a sentirlo. Cuando estaba en Armenia, por ejemplo, la manera en la que la gente se refería a su lucha por defenderse de los ataques de Azerbaiyán era muy poética, fuerte y bonita. Y cuando estás rodeado de personas así, sientes otras cosas, pero no miedo. Mi familia, sin embargo, sí que estaba preocupada, porque no entendían que fuera a viajar a esos lugares como lo hice, sin seguridad y con dos o tres personas acompañándome únicamente. Pero lo cierto es que, si lo pienso ahora, he hecho cosas en ese viaje que no volvería a hacer, como ir de Cuba a Miami en lancha… nunca más.
—¿Le sorprendió que hubiera música en medio de las guerras?
—En las guerras siempre ha habido música, con los tambores y las trompetas animando a los ejércitos. La música le da unidad a todos los países y no creo que eso esté mal tampoco. Que la música haga sentir diferentes emociones nunca va a estar mal.
—Tengo la sensación de que no trató de tener una visión neutral de los conflictos que visitó, que ya estaba posicionado antes de viajar…
—No iba posicionado y, aún hoy, no lo estoy. Pero es una realidad que Azerbaiyán atacó a Nagorno Karabaj y para mí no tendría que haber ocurrido. No hay ninguna razón para lanzar bombas en casas donde hay niños y familias. Es una realidad también que Francia le quita el uranio a Nigeria, no es una opinión. Pero es un documental muy personal con la idea de no caer en detalles que, quizá, para otros no sean ciertos. El único lugar en el que me posiciono abiertamente es Puerto Rico. La gente sabe que soy independentista, sin que eso signifique que esté en contra de Estados Unidos.
—¿Por eso el documental comienza hablando solo de música para acabar opinando exclusivamente de la situación política e histórica de dependencia de Puerto Rico con respecto a Estados Unidos?
—Salió así porque soy puertorriqueño y no sé de qué podía hablar allí. La gente ya conoce la salsa y las otras músicas autóctonas. Pero, ¿qué es lo que no conocen? La lucha por la independencia que se ha vivido allí y algunas victorias heroicas y espectaculares que hemos tenido en este sentido. En el mundo en general se piensa que todo el mundo allí quiere ser una colonia.
—Entiendo que no todo lo que vio en las culturas que retrata le habrá gustado…
—En ningún sitio todo es perfecto. No me gustaron los conflictos que vi, claro. Pero aunque tengan otra forma de ver el mundo o creencias religiosas que no comparto, lo cierto es que no vi algo que me disgustara realmente. Yo lo que vi eran seres humanos diferentes compartiendo músicas e idiomas conmigo. No tuve el espacio suficiente como para ver cosas negativas ni viví malas experiencias, como presenciar maltratos a la mujer.
—¿Va a girar por algunos de estos países más alejados o en conflicto en los que ha estado grabando, más allá de los habituales?
—No lo estoy planificando ahora mismo, pero sí lo he pensado. En muchos de esos países no hay conciertos ni promotores que quieran hacerlos, así que no es fácil. Quién sabe, lo mismo puedo montar una tarima en cualquier lado y hacerlo, pero me gustaría también llevarles algo más, porque tienen otras necesidades.
—¿Cómo es que ha vuelto a una multinacional tras huir de ellas en los últimos años de Calle 13, donde incluso en alguna letra usted llegó a decir cosas como «nos deben dinero, tienen que pagar», «vamos a pedirles cinco millones más» o «si te gusta el disco, por internet lo puedes bajar y piratear»?
—Mis diferencias con Sony iban más allá de lo que representa la industria a gran escala, porque siempre me he sentido independiente. Dentro de este sector también hay gente que defiende la música tanto como yo y que depende de ella, porque es su trabajo y da de comer a sus hijos. Lo malo es cuando esa gente es minoría dentro de una discográfica, porque la prioridad no es el arte, sino hacer dinero. Eso sí es un problema. Tú puedes ser el más «indie» y estar en una discográfica independiente, pero si esta es dueña de tus masters y de tu creatividad, no lo eres realmente.
—¿No le ha producido ningún tipo de mala conciencia tras las críticas que ha hecho usted mismo contra esas grandes multinacionales?
—No. Yo no me voy a montar todos los días en un coche para repartir mis discos. Tengo que llamar a alguien para que lo haga y, si no uso a Sony, puedo usar otra discográfica más pequeña que utiliza el mismo sistema o, cuidado, incluso peor. La clave es tenerlo claro con uno mismo y saber lo que necesita.
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