La primera edición de la Trienal de Lisboa tuvo lugar en 2007. Desde entonces, ha ido consolidándose como uno de los encuentros internacionales de referencia para la arquitectura. Su próxima edición, que se celebrará en 2025 y llevará por título “How Heavy is a City?”, ya está preparándose. La siguiente conversación con su fundador y director, el arquitecto José Mateus, brinda la ocasión de reflexionar, sobre todo desde la autocrítica, acerca de la razón de ser de eventos como éste y de cuáles deben ser las prioridades de sus objetivos para hacerlos verdaderamente útiles y trascendentes a la sociedad y revulsivos mentales para uso interno de los arquitectos.
En un escenario conformado por eventos anuales o bianuales, la Trienal de Lisboa tiene como característica particular justamente ese hecho de haberse afirmado como un encuentro que tiene lugar cada tres años.
La noción de tiempo es intrínseca a las bienales. La falta de tiempo, la extrema condensación del tiempo, suponen una imposición brutal y restrictiva en el actual contexto de la llamada «gran aceleración». Un problema que afecta a este tipo de encuentros es la superficialidad, consecuencia del escaso tiempo que se dispone para investigar y trabajar en su preparación; por eso, para nosotros es muy importante conceder tres años de tiempo a los comisarios que van a encargarse de una edición. Esto supone una diferencia clave, ya que mantiene abierto un tiempo para reflexionar acerca de la edición concluida que coincide con el periodo de inicio del trabajo para la siguiente edición. Este margen de tiempo permite concluir totalmente el trabajo ya hecho y situarse ante el nuevo proyecto con una renovada capacidad crítica.
¿Esas reflexiones tienen también que ver con la definición del propio formato de la Trienal?
Así es, porque nuestras dudas continúan abiertas, dado que las formas de abordar de manera competente los diversos temas de la arquitectura no son obvias y varían. Disponemos de un presupuesto pequeño y para nosotros una cuestión de reflexión permanente es poder disponer de los medios que nos permitan ir más allá de las limitaciones con que ahora mismo nos encontramos.
En el actual formato hemos realizado cuatro o cinco exposiciones que exploran subaspectos del tema general. Ahora mismo estamos viendo más adecuado reducir ese número de exposiciones y concentrar los recursos disponibles en la organización de tres, con la finalidad de mejorar la densidad y profundidad de lo que hacemos.
También hay consideraciones de otro carácter. Por ejemplo, como ampliación del programa central integramos normalmente una docena de proyectos privados independientes que son escogidos por un jurado de entre las propuestas recibidas en respuesta a una convocatoria internacional., los cuales dan lugar a una programación muy activa en nuestra sede y en diversos puntos de la ciudad. Me gustaría mucho poder conceder mayor apoyo a estos proyectos porque, por un lado, amplían el debate y la geografía de la trienal y, por otro, permiten invitar a gente muy joven a tomar parte en nuestra reflexión. Eliminar una de las exposiciones principales que forman parte de la actual estructura del programa de la Trienal nos dotaría de más recursos para remunerar este otro tipo de participaciones tan necesarias.
Otro tema al que estamos dando vueltas es la mejora del nivel de los contenidos de las publicaciones que editamos, que no quisiéramos que queden reducidos a ser meros catálogos, sino libros que ampliasen los contenidos de las exposiciones, de diseño sofisticado y que también pudieran ofrecerse a un precio muy asequible. Para nosotros, esa posibilidad de ofrecer y compartir cada vez más es una cuestión esencial.
La primera Trienal de Lisboa tuvo lugar hace quince años. ¿Cómo sintetizarías su historia hasta la fecha?
Siempre digo que la Trienal no se creó en 2007, sino que ha ido creándose a lo largo de sus sucesivas ediciones. El embrión desde el que arrancó – y respecto al que soy bastante crítico cuando lanzo una mirada retrospectiva- era tener representaciones nacionales, exposiciones monográficas…Comprendimos luego que ese no era nuestro modelo. Fue necesario recorrer ese camino de varias ediciones para definir qué es la Trienal, que se gestó entre 2004 y 2007.
En 2003 fui conferenciante y miembro del jurado de la Bienal de São Paulo. Fue una experiencia que disfruté muchísimo: la atmósfera de diálogo y conferencias me entusiasmó y me animó a pensar en organizar algo similar en Lisboa. Había entonces en Portugal una treintena de escuelas de arquitectura, un número muy elevado. Tras sus años de formación, muchos jóvenes arquitectos se marchan a Suiza, al Reino Unido, a Francia…pero la masa crítica que permanece en el país es extraordinaria. Como digo, me entusiasmé con esa idea de organizar un encuentro para la arquitectura, comprendiendo que contábamos con esa importante masa crítica entre los profesionales y que somos además un país con una larga historia de contacto con otras culturas y geografías, con un óptimo emplazamiento para congregar a arquitectos procedentes de muy distintas partes del globo.
Entre 2005 y 2007 formé parte del comité directivo de la región sur del Colegio de Arquitectos de Lisboa. Estaba a cargo de la gestión de los programas culturales y, comprendiendo para entonces la dificultad de organizar de manera independiente un evento de las características de una bienal, decidí presentar la propuesta al Colegio. Fue muy bien acogida pero, desafortunadamente, acabó convirtiéndose en un proyecto sumamente complicado y que generó un serio conflicto interno en el seno de la institución, de manera que esa primera edición se celebró bajo la condición de que la siguiente se realizara de manera independiente. Fue así como el comité organizativo de la Trienal se estableció como una entidad privada dedicada a la actividad cultural sin fines de lucro.
Esta condición de total independencia es una de las características más importantes de la Trienal. La vinculación a un organismo como un colegio de arquitectos siempre conduce al riesgo de que haya colaboraciones que no se consideren bienvenidas, que haya intereses políticos interfiriendo y que incluso haya cierta voluntad de control por parte de la institución. Desde 2010 somos una organización enteramente independiente y plural, porque una de las premisas de la Trienal es transitar por las diferentes perspectivas y visiones de la arquitectura y de lo que significa ser arquitecto.
En ese camino destaco la gran importancia de las numerosas instituciones culturales nacionales e internacionales con las que hemos trabajado y, por supuesto, de las personas. Me acuerdo siempre con emoción de la unión y espíritu visionario que había entre los miembros de mi equipo directivo del Colegio de Arquitectos, que también comparten el actual, y el extraordinario equipo ejecutivo que hemos ido formando a lo largo de los años hasta llegar a hoy. La Trienal es obra de todos ellos.
Hay que señalar que la organización de la Trienal no es la única actividad que desarrolla esta organización.
Contamos con un amplio programa de actividades, entre las que se cuenta la organización de Open House Lisboa, que ofrece a los habitantes de la ciudad la posibilidad de visitar gratuitamente durante un fin de semana al año decenas de espacios y edificios habitualmente no abiertos al público. Los guías para cada visita son los autores de los edificios y académicos. Se ha convertido en una actividad muy popular entre los lisboetas y, con la información que recopilamos, se va ampliando un archivo digital que hemos creado sobre la arquitectura de la ciudad.
Otro frente de trabajo se desarrolla dentro del marco de una asociación formada por más de veinte instituciones europeas dedicadas a la arquitectura, Lina. Learning, Interacting and Networking in Architecture (anteriormente denominada Future Architecture Platform), dentro de la que organizamos programas dirigidos a arquitectos jóvenes. Trabajamos en equipo con los miembros de Lina, con quienes compartimos experiencias.
Trabajamos asimismo en otros programas, como los que tienen lugar en el edificio de nuestra sede y que van desde la organización de conferencias y presentaciones de libros a la concepción, producción y participación de representaciones portuguesas en eventos como la Bienal de Venecia.
Retomando el hilo de tu respuesta a mi pregunta sobre la trayectoria de la Trienal, ¿cuál es tu valoración sobre esta?
Hoy en día me siento muy satisfecho de la evolución que ha tenido la Trienal porque ha cumplido la ambición de ser un espacio de producción e intercambio de conocimiento, por la independencia y pluralidad que la caracterizan, así como por la idea de que no es un evento de arquitectos, sino de arquitectura – y esto son cosas muy distintas-. La Trienal presenta el trabajo de los arquitectos más relevantes de todo el mundo porque es pertinente para los temas que está abordando, pero no porque se trate del arquitecto-estrella A o el Premio Pritzker B. Eso no nos interesa. Nos interesan los temas investigados con rigor, traer a Lisboa a los expertos y profesionales más competentes, procedentes de todas partes del mundo. Esto es algo que, recalco una vez más, hemos logrado gracias al entusiasmo y la generosidad de muchas personas.
He llegado a la conclusión que es indispensable que mantengamos la capacidad autocrítica. Tras cada edición debatimos muy a fondo los resultados. Por ejemplo, la edición de 2019 fue, en mi opinión, algo eurocéntrica, algo que considero un error, dado que no había un enfoque temático específico; por eso, para la siguiente convocamos a curadores de diferentes lugares del mundo con la específica indicación de que introdujeran otras miradas. Tratar de actuar con el mayor cuidado en ese aspecto es la razón por la que los jurados han estado siempre integrados por personas de varios continentes, equilibrando también la presencia de hombres y mujeres. Nos hemos esforzado siempre por hacer que diferentes geografías y géneros tengan una voz dentro de la Trienal y trabajamos para contribuir cada vez a un conocimiento general de la arquitectura y su democratización y que la población no especializada comprenda que dar valor al ejercicio de la ciudadanía, intrínsecamente vinculado de innumerables maneras a la arquitectura, es sumamente importante. Trabajamos de manera regular y estratégica en programas educativos dirigidos a la población no especializada; de cualquier manera, somos muy conscientes del largo trecho que aún nos queda a recorrer a ese y otros niveles.
La primera edición de la Trienal sí acogió conferencias de figuras destacadas, posiblemente también por el hecho de que en aquel momento el modelo de la idea de arquitecto era distinto al que ha adquirido vigencia en la actualidad, transformada como consecuencia de la crisis de 2008.
Así es, sin duda. Siento un gran cariño por aquella primera edición porque encarnó aquel momento utópico, de ilusión. Aparte de aquella ambición e ilusión, no teníamos conocimiento de cómo se concebía y ponía en marcha un evento de este tipo. En mi caso concreto, yo era un arquitecto especializado en diseñar y construir edificios. Es cierto que tenía algo de experiencia como docente y también como comunicador en televisión y revistas, pero no tenía la menor idea de cómo se organizaba una bienal. Sólo contábamos con la voluntad de cada uno de los que formábamos equipo -un equipo muy plural, además- y esa energía era enorme, pero, por lo demás, éramos totalmente legos en la materia.
Voy a señalarte algunos aspectos que formaron parte de esa primera edición y que gradualmente fuimos comprendiendo que no nos interesaban.
El primero, la edición de un catálogo de grandes dimensiones y elevado precio cuyo destino final era quedarse colocado en una estantería. Otros fueron también las representaciones nacionales y la exposición monográfica.
Como te decía antes, lo que nos interesa fundamentalmente son los temas y, a la hora de escoger comisarios, no buscamos un perfil con fama, sino alguien preparado para investigar. Hay muchos pensadores junto a los que realizamos un trabajo previo de reflexión, personas que nos dan garantías para desarrollar a su lado el trabajo de comisariado.
Otra de las partes importantes del actual formato es la enorme diferencia respecto a ese tipo de conferencia que mencionas: un montón de grandes estrellas en un gigantesco auditorio con el público sentado a distancia. Desde 2016 organizamos las llamadas talks, que consisten en una primera parte que se celebra en el auditorio y una segunda que tiene lugar en una sala, tomando una copa de vino y donde conferenciantes y asistentes conversan distendidamente, sin que haya distancias entre ellos. Una proximidad que elimina los filtros. «Proximidad» es para mí una palabra importante, porque comprendo la Trienal como un espacio de encuentro directo, de transparencia, de transmisión y debate de conocimiento. Un espacio donde compartir.
Luego están los libros, que recogen y que por principio también amplían el material presentado en las exposiciones, prolongando el debate planteado durante las jornadas en que se celebra la Trienal. El formato de los libros que ofrecemos es muy manejable, con un contenido muy cuidado y un precio muy asequible. Ahora mismo, también como antes te decía, estoy planteándome si no deberíamos optar definitivamente por un formato de bolsillo que facilite su lectura durante los trayectos en metro o autobús, por ejemplo. Me acuerdo de cómo, en los tiempos en que yo era estudiante y había muy pocos libros de arquitectura editados en Portugal, eran una referencia indispensable aquellos pequeños libros que editaba Gustavo Gili, con un formato en tapa blanda. Creo firmemente que debemos seguir afirmando la relevancia democrática de ese tipo de libro asequible y con contenido, como eran aquellos.
A lo largo de estos quince años, en las diferentes ediciones, han ido pudiéndose percibir las diferentes tendencias que se han dado dentro del discurso y la reflexión sobre la arquitectura. Me manifesté muy crítico respecto a la celebrada en 2013, «Close, Closer», porque me parecía que evidenciaba el estado de desorientación en que parecía haberse sumido el pensamiento y la crítica sobre la la arquitectura. La precedente, «Falemos de casas», en 2010, fue, por el contrario, conceptualmente muy sólida y transmitía un mensaje con mucha claridad. Visto en retrospectiva, quizá la virtud de «Close, Closer» haya sido justamente eso que yo señalé como defecto: retratar muy nítidamente ese estado confuso y divagante en que la arquitectura se sumió tras la crisis de 2008.
Es una idea que como arquitecto que diseña y construye proyectos comparto absolutamente.
Resulta curioso que hayas señalado el rigor conceptual de «Falemos de casas», porque esa edición no fue concebida por un arquitecto, sino por Delfim Sardo, un comisario de exposiciones doctorado en filosofía y arte contemporáneo, cuya ayuda fue decisiva para ayudarnos a concretar nuestro modelo de trienal. Fue él quien nos convenció para abandonar el formato de presentaciones nacionales y otros aspectos. Recibí muchas críticas por la decisión de nombrarlo comisario de la segunda edición de la Trienal. No se comprendía que no hubiéramos seleccionado a un arquitecto; sin embargo, teníamos muy claro que era necesario contar con la figura de un pensador y profesional muy experimentado, con un firme bagaje en filosofía y comisariado que pudiera ayudarnos a mejorar nuestro modelo a fin de definir uno más coherente y adecuado para los tiempos que corren. Fue una edición muy claramente conectada con la producción de la arquitectura y en la que se habló de procesos colaborativos entre arquitectos y comunidades a proyectos de autor.
Siempre decimos que cada edición, además de centrarse en un tema fundamental para la arquitectura, es una especie de ’retrato’ de su comisario, pues es siempre un reflejo de su background, una revelación de su forma de mirar el territorio de estudio. La edición a cargo de Beatrice Galilee, «Close, Closer», estuvo más centrada en los procesos e interacciones que en el producto construido; es decir, un edificio o espacio arquitectónico. Fue una edición complicada y que recibió muchas críticas. Yo mismo, como arquitecto que construye, necesito ver el producto construido para poder validar el proceso y así valorar su eficiencia y pertinencia.
En la última edición, «TERRA», incluimos las dos vertientes: exposiciones mostrando proyectos muy claramente entendidos como objetos arquitectónicos o propuestas urbanas donde está patente el concepto a debate, y otros donde el foco estaba más puesto sobre el proceso. Por ejemplo, la exposición «Multiplicidad» abordaba el cuestionamiento de la forma que puede ser generada sin la intervención de los arquitectos o cómo pueden los arquitectos replantear su modo de interactuar con sus clientes, con los habitantes y usuarios de los proyectos que van a diseñar y con todos aquellos que necesitan de su contribución.
«TERRA», que se celebró entre el 29 de septiembre y el 5 de diciembre de 2022, planteaba que el futuro debe ser reevaluado mediante la intersección e intercambio de conocimientos y prácticas capaces de coexistir, a fin de lograr un futuro más sostenible para el planeta y sus habitantes. En ella se prestaba atención al surgimiento de nuevos paradigmas que están transformando los modos de crear lugar, con un evidente interés por explorar qué sucede más allá del marco en que opera el arquitecto de los países desarrollados.
Muchos arquitectos suelen sentirse muy cómodos con sus referencias europeas, sin tener presente que en gran parte del planeta las cosas son y funcionan de manera muy diferente. Si saliéramos del paradigma con el que operamos en las ciudades europeas y fuéramos a la India o a África, comprobaríamos que nuestra forma de hacer proyectos tendría que adaptarse para poder ser eficiente en esos contextos. Es otra problemática, otra complejidad, como muy bien nos mostró Marina Tabassum, que recibió el máximo premio de la Trienal, durante la conferencia que ofreció hablando de sus proyectos en Bangladesh. Por eso es importante visitar otros contextos de práctica profesional y de relación con los ciudadanos y con aquellas personas que necesitan arquitectura, que necesitan una casa para vivir, y plantearse cómo los arquitectos pueden reinventar al menos una parte de su actividad, de su forma de actuar, para ayudar a estas personas. Esa es una dimensión fundamental y generosa que la arquitectura no debe nunca olvidar, y me parece que esta edición de la Trienal fue capaz de incorporar este aspecto de una forma transversal. En la exposición «Ciclos» lo hizo con la particularidad de abordar la arquitectura y la construcción como un proceso casi interminable de reutilización de una misma materia dentro de un ciclo de economía circular, en lugar de la lineal que nos ha llevado a la paradójica y problemática situación de emergencia energética y climática que hoy estamos afrontando.
Desde el pragmatismo que te otorga tu dedicación profesional a la construcción, ¿crees que esto es algo ya verdaderamente factible o una idealizada aspiración para la arquitectura
Sí, yo creo firmemente que es factible. La gravedad del problema ambiental es tan profunda que no tenemos más alternativa que cambiar, y para mí está claro que ese cambio tiene que proceder de un campo formado por múltiples movimientos paralelos avanzando en una misma dirección. Al mismo tiempo, es un reto extraordinario e inspirador para nuestra profesión, una misión.
La razón principal que nos llevó a elegir el tema de esta última edición de la Trienal es ese carácter de extrema urgencia. Cuanto más tiempo pasa, menos margen queda para implementar soluciones. Las generaciones futuras heredarán una realidad muy difícil. Tenemos que actuar ahora para liberarlas de una carga aún mayor. El cambio climático no se limita a ser un ‘problema’ que afecta al clima, sino que es evidencia de profundas perturbaciones en el funcionamiento del planeta, que está seriamente afectado por la acción humana. Los humanos, tanto por ignorancia como por codicia e irresponsabilidad, somos reacios a aceptar la evidencia de que existe un problema urgente y de muy difícil solución, pero la mayoría de los indicadores científicos no dejan lugar a dudas: ya hemos cruzado la frontera segura en muchos parámetros de la biosfera, y en algunos casos de forma irreversible. Como escuché mencionar varias veces a lo largo de esta edición de la Trienal, parece que la humanidad vive en guerra permanente con el planeta. Por eso decidimos investigar y transmitir cómo podemos pensar, diseñar, organizar o construir para contribuir a la recuperación de la sostenibilidad medioambiental y social y generar así una nueva relación con la Tierra.
Son cruciales las decisiones políticas en lo que respecta a normativas, impuestos…y el planteamiento de otras formas de construir. Los gobiernos deben entender que es fundamental que apoyen investigaciones de empresas que estén investigando con nuevas tecnologías y materiales.
Y, por nuestra parte, los arquitectos tenemos que llevar a cabo un gran esfuerzo de reaprendizaje sobre cómo pensar un edificio y cómo hacerlo ser además un trabajo de todos, comenzando por los ciudadanos, que deben asumir una forma de vivir mucho más frugal. Los arquitectos tienen todo el poder de decisión respecto a qué procesos y materiales utilizar para construir; sin embargo, no puede esperarse un cambio a gran escala a menos que esta reivindicación se convierta en un movimiento generalizado, en el que será necesario que participen muchos frentes decididos al cambio.
«TERRA» fue, sobre todo, una llamada global para sensibilizar respecto a lo urgencia de asumir estas transformaciones. Una llamada a la acción.
¿Y cómo equilibrar en áreas menos desarrolladas del mundo la provisión de una vivienda, que es una urgencia perentoria para gran parte de la población, sin que esto suponga un grave impacto medioambiental? Es decir, ¿cómo hacer compatible la resolución de graves problemas que están afectando a la población humana con la preservación del medio ambiente?
Es un tema absolutamente central en este desafío ambiental al que nos enfrentamos: la contradicción entre la urgente necesidad de reducir las emisiones de CO2 y las necesidades básicas y urgentes en determinadas regiones del planeta, sumado al deseo legítimo de todas las personas de tener la misma calidad de vida, algo que el progreso no ha proporcionado, ya que, por el contrario, los contrastes entre populaciones ricas y pobres son cada vez mayores. Todo esto se ve además agravado por el crecimiento continuo de la población mundial, puesto que toda persona consume energía al llevar a cabo la mayoría de sus actos cotidianos. Como claramente indican los datos científicos, el planeta no tiene capacidad para sustentar una realidad en la que toda la población mundial lleve los niveles de vida de los países desarrollados. Hay mucho que cambiar, empezando por esos estilos de vida de los países más ricos.
En el contexto global, los países más pobres deberían poder beneficiarse del apoyo internacional y de una tolerancia especial en términos de transición energética. Europa y Estados Unidos deberíamos tener siempre presente que somos responsables de aproximadamente de dos tercios de las emisiones de CO2 que han sido lanzadas a la atmósfera desde la Revolución Industrial, razón por la que tenemos una enorme responsabilidad respecto a los países más vulnerables al cambio climático. Deberíamos trabajar con compromiso en todos esos países que hoy en día siguen sufriendo el impacto de las políticas de crecimiento industrial de los países más ricos, muchas veces también colonialistas. Debería trabajarse con ellos para que recuperen de manera sostenible sus medios de producción agrícola, sus medios de vida y de socialización…Ensayar y poner en marcha modelos con futuro y que puedan servirnos a su vez de modelo en Europa y en otros países desarrollados.
Los países en vías de desarrollo están a menudo mucho más receptivos que los países capitalistas a nuevas ideas más prácticas y sostenibles en relación a temas de construcción. Los países ‘desarrollados’ están más preocupados por los beneficios finales y cumplir con esas previsiones de gastos detalladas en hojas de Excel que impulsan a trabajar con los materiales más abundantes, en el tiempo más rápido posible y con operarios concentrados en construir lo habitual. Creo que en este mundo es mucho más difícil modificar las respuestas y hábitos. Es una paradoja, porque se dispone de más dinero para investigar tecnologías, sin embargo toda la cadena de intereses está basada en la rapidez y la eficacia económica.
En los países en vías de desarrollo, debido a sus limitaciones económicas, se ha generado una gran capacidad de trabajo con materiales y procesos muy elementales y locales que permiten construir arquitectura muy interesante y eficiente a la hora de generar espacios para las personas. Por eso me parece que actualmente es más posible generar condiciones experimentales para contribuir a un mayor progreso en la arquitectura en esos países .
Sin embargo, dada la magnitud del desafío, más aún en países de crecimiento poblacional enorme y con un clima más vulnerable frente al cambio climático, es necesario asumir procesos productivos rápidos y económicos a gran escala.
En el fondo de toda esta realidad se encuentra el modelo económico mundial, basado en la idea de crecimiento permanente del PIB, un debate clave hoy. En los sistemas de producción actuales esto equivale a más extracción de los recursos finitos del planeta, más consumo de combustibles fósiles, más emisiones de CO2…. La respuesta a esta pregunta pasa necesariamente por un aumento de la escala de producción, que tiene de cambiar de perfil, de tecnologías y energía de base, etcétera. Sin embargo, la historia nos enseña que es un proceso lento, que requerirá de décadas.
¿La actual formación que tenemos los arquitectos nos capacita para este tipo de aprendizaje y ejercicio o será necesaria un cambio un profundo reenfoque que actualice nuestro conocimiento?
Ese es el quid de la cuestión. Me parece que la manera de trabajar de los arquitectos sigue muy desintonizada respecto a la realidad y la urgencia que esta impone.
Uno de los ponentes en la pasada Trienal señaló que los arquitectos siguen demasiado obsesionados con esa imagen del arquitecto héroe que creó el Movimiento Moderno: el gran autor y maestro, pero no un individuo con sensibilidad social y la humildad necesaria para cuestionar su metodología.. En ese sentido a muchas escuelas de arquitectura aún les queda un largo camino por recorrer, puesto que sigue inculcándose un modelo de arquitecto que ya pertenece al siglo pasado. Como digo, esta situación de urgencia en que ahora nos encontramos nos obliga a replantear la arquitectura que debemos construir, transformar ese modelo consolidado, pero obsoleto. Personalmente, me parece extraordinario, y un privilegio, poder dedicarme a esta profesión que nos obliga a reinventarnos de forma que podamos contribuir con algo beneficioso y significativo para la sociedad.
Aunque coincido con esta necesidad de abandonar ese perfil mitificado del arquitecto, en esta reconversión, ¿no se corre el riesgo de hacer que el ser arquitecto se desvirtúe, se convierta en algo alejado de su sustancia fundamental?
Veo esta cuestión de un modo distinto. En mi opinión, esto puede constituir una enorme riqueza. Creo que, en lugar de permanecer estancados en una manera específica de hacer arquitectura y ser arquitectos, debiéramos plantearnos por qué no trabajar de modos y en direcciones distintas sobre cómo es posible ser arquitecto en diferentes contextos. Habrá a quien le interese seguir haciendo una arquitectura de autor, pero habrá también arquitectos, que bien pueden ser estos mismos, conscientes de que estamos en un mundo en el que están sucediendo cambios muy rápidamente y a una enorme escala en lugares como, por ejemplo, la India y a los que les interese participar en ese proceso, añadiendo la competencia propia de los arquitectos para ayudar a que el resultado final sea más positivo para las poblaciones. Es una manera diferente de ser arquitecto y entender la idea de autoría. Por tanto, no se trata de sustituir un modelo de arquitecto por otro, sino de hacer más amplia la práctica de la arquitectura para volverla más atenta y sensible a la especificidad, cumpliendo parte de la esencia de la arquitectura, de dar respuesta y solución a problemas.
Los arquitectos hablamos del genius loci, la especificidad de un lugar, pero hoy hay que cuestionar y ampliar la comprensión de esto término y tener la movilidad que nos permita cambiar y operar dentro de contextos, cuyas diferencias son aún más complejas en la crisis ambiental actual. El planeta Tierra tiene un límite para poder aceptar el impacto de nuestra forma clásica de practicar la arquitectura, la evidencia de ello está ante nuestros ojos.
¿Seguirá este punto de vista siendo el tema sobre el que reflexione y plantee ideas de avance la séptima Trienal?
Cuando era estudiante de Arquitectura, el concepto ubicuo era el de «espacio», hoy es el de «sostenibilidad» el que está omnipresente. En la sexta edición de la Trienal no pretendíamos cubrir todos los aspectos en los que la arquitectura puede contribuir a la sostenibilidad, ya que se trata de un universo amplísimo, especialmente si combinamos ambiental y social. Podríamos haber planteado una exposición que fuera una reflexión crítica sobre las nuevas tecnologías dentro de este escenario; sin embargo, preferimos plantear una edición que sirviera para entablar el debate, hacerlo arrancar en diversos canales, darle intensidad y hacer que continúe. En la séptima edición el título será una pregunta: «How Heavy is a City?», que fue la propuesta ganadora de la convocatoria internacional convocada por la Trienal para elegir los curadores generales. Sus autores son Ann-Sofi Rönnskog y John Palmesino, arquitectos fundadores del Territorial Agency de Londres. Será una edición fuertemente multidisciplinar en la que participarán arquitectos, científicos, ingenieros, planificadores y pensadores de los más diversos campos y en la que se cuestionarán los conceptos, las dimensiones y la naturaleza de la ciudad, así como las relaciones complejas y desafiantes entre tecnosfera y biosfera.
Retrato de José Mateus: ©Luisa Ferreira
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