Pablo M. Díez el 15 jul, 2011 Así es una familia de Gansu, una de las regiones más pobres del oeste de China a miles de kilómetros de los rascacielos, neones y autopistas de Pekín o Shanghái. Mientras los padres han emigrado a las grandes ciudades para trabajar como albañiles o camareros por entre 100 y 200 euros al mes, al igual que millones de “mingong” (“currantes”), los abuelos hacen peonadas como jornaleros en los campos de algodón y cuidan a los niños en Nanhu. Una aldea en medio del desierto cuyo nombre significa, curiosamente, Lago del Sur, toda una contradicción en este mar de arena que la rodea. Ataviados con ropas de la época comunista, los abuelos y los nietos viven juntos en su humilde cuartucho Una puerta de chapa roja da la bienvenida a Nanhu. Escritos en vistosos caracteres en mandarín, los mensajes propagandísticos del régimen abogan por seguir los principios de la “triple representatividad” de Jiang Zemin, el “concepto científico de desarrollo” del presidente Hu Jintao y por tener un solo hijo. Otra proclama previene contra los lujos, que resultan imposibles en este lugar perdido entre las dunas. Con 3.000 habitantes, Nanhu su ubica a 60 kilómetros de Minqin, uno de los pueblos más pobres de China. Si hay suerte y el coche no queda atrapado en la arena, se tarda dos horas en recorrer dicha distancia a trav és de una pista de tierra en medio del desierto por donde los camellos trotan a sus anchas y que suele desaparecer bajo las dunas. Los surcos en los curtidos rostros de los campesinos delatan una vida de miseria y penalidades Antes de 1992, en Nanhu no había nada, pero el Gobierno chino decidió desarrollar esta zona, donde hay aguas subterráneas, y le dio terrenos gratuitos a la gente para que la colonizaran alrededor de los pozos construidos a tal efecto. Con poco agua y sólo utilizando energía eólica y solar, las perspectivas para comenzar una nueva vida no eran demasiado halagüeñas en tan inhóspito lugar. Así lo deja claro el viento huracanado que sopla en las dos únicas calles del pueblo, por supuesto también de tierra. Pero en un país como China, donde no abundan las oportunidades para los campesinos del atrasado mundo rural, eran al menos eso: una oportunidad. Junto a sus tres nietos, los abuelos viven en un destartalado cuarto, de cuyas paredes desnudas de hormigón cuelgan varios almanaques celebrando el Año Nuevo chino. Para calentarse en invierno, el camastro de ladrillos está conectado por un tubo a la estufa de hierro que funciona con madera y carbón, que hace también de cocina. Apenas hay más muebles; tan sólo una mesa para comer y una palangana para lavarse la cara ante el diminuto espejo en el que se refleja la abuela. Reflejo de la abuela en el espejo sobre la jofaina El dinero que envían los hijos desde la ciudad no da para más, pero permite sobrevivir y seguir soñando con un futuro mejor para los nietos. Otros temas Tags añocampesinoschinachinociudaddesiertoemigrantesfamiliagansujornalerosmingongminqinnanhunuevopobreza Comentarios Pablo M. Díez el 15 jul, 2011
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