Inauguramos una sección veraniega en este blog «Por Tierra, Mar y Aire» que versará sobre viajes: paÃses, lugares o museos adonde la faena o el «dolce far niente» del viajero me llevó. ¿El hilo conductor? La guerra y sus cicatrices. Algunos de los reportajes reposan ya en la hemeroteca (los rescataré mejorados y con más material fotográfico); otros aún están por pergeñar.
Los Balcanes, Auschwitz y sus campos de concentración, Kuwait, Waterloo o el Museo Central de la Gran Guerra Patria en Moscú serán algunos de los temas. Comenzamos con Sarajevo (2007).
«Esto es Sarajevo y aquà hay tumbas por todas partes». Sin pedirle explicaciones, la dueña de la pensión se justifica tras intuir una extraña mirada por las vistas de la habitación compartida con otros mochileros: un cementerio. Son lápidas de la guerra, las del asedio al que sometió el criminal de guerra Radovan Karadzic a los habitantes de una población multiétnica que apenas ocho años antes celebraba unos Juegos OlÃmpicos de Invierno. Katic Stanic, Sara Handzic, Nikola Andric… anónimos con una fecha de defunción entre 1992 y 1995. Asà hasta unas 11.000 personas.
Mal comienzo para un reportaje de viajes y una pensión. SÃ, pero los fantasmas todavÃa permanecen en la ciudad. Precisamente son los mismos que atraen a miles de viajeros -en su mayorÃa jóvenes mochileros, ex soldados o ex trabajadores de algún organismo internacional- a «Sarayjedive», nombre que le otorgaron los otomanos en 1461 para referirse al «Palacio del gobernador».
Sunin Lagoindzja, de origen musulmán pero con familia croata católica, ejerce de anfitrión. Desde hace tres años trabaja en la agencia turÃstica Ljubicica que ofrece una visita a los lugares de la guerra. «Los turistas vienen atraÃdos por el Sarajevo cruce de caminos pero sobre todo por el Sarajevo de la guerra». Ambos confluyen en una ciudad donde la vida nocturna nada tiene que envidiar a la española y donde algunos edificios todavÃa soportan marcas de morteros y balas.
«Enjoy Sarajevo», describe un cartel parodiando el famoso lema del refresco. «Los jóvenes disfrutamos de la noche», dice Sunin, que recuerda que en pleno asedio serbio se celebraron concursos de bellezas, conciertos o festivales de cine. «HabÃa que sentirse vivo». Las discotecas y la estridente música bosnia amenizan la noche.
Amanece y la llamada a la oración en la mezquita Bascharshija se confunde con el repicar de campanas de iglesias católicas y ortodoxas. Nuestra primera cita con la «Visita de la guerra» es la otrora Biblioteca Nacional, objetivo deliberado de las milicias serbias porque en su interior albergaba dos millones de documentos testigos de una Historia común. El 26 de agosto de 1992 fue arrasada.
Hoy está siendo reconstruida, en parte con fondos españoles, para albergar el nuevo ayuntamiento de la ciudad. Aunque su acceso al interior no está permitido, los curiosos merodean alrededor tomando instantáneas de un edificio-sÃmbolo construido durante el Imperio austro-húngaro.
A escasos cien metros, siguiendo el rÃo Miljacka, se encuentra el puente Latino desde donde Gavrilo Princip disparó al archiduque Francisco Fernando y su esposa desencadenando la I Guerra Mundial. Otra placa y un museo dan fe del acontecimiento que cambió el devenir de unos territorios que se convertirÃan en Yugoslavia.
En el mismo casco antiguo de Bascharshija -vendedores de alfombras, tiendas de souvenirs, cafés y restaurantes «cevapcici» se entremezclan-, una exposición fotográfica interrumpe el paseo. De nuevo los fantasmas. El fotógrafo Zijah Gafic nos muestra lo vomitivo de la guerra en «Troubled Islam?» («¿Problemático Islam?»): Srbrenica, Mostar, Sarajevo, ataúdes, esqueletos…
En Bosnia, un paÃs dividido en una administración serbia y otra musulmano-croata, los fieles del Corán representan el 40 por ciento, aunque el velo al uso (y todas sus variedades) no esté muy de moda. «Aquà tenemos un islam sui generis, aunque cada vez hay sectores más conservadores».
Nuestra ruta de la guerra nos lleva hacia otro camposanto. El estadio Kosevo, sÃmbolo de las Olimpiadas de 1984, y utilizado durante el asedio para enterrar los cadáveres. Hoy está rodeado por un impresionante cementerio de mármol. Fue en este estadio donde hace ocho años el Papa Juan Pablo II hizo un llamamiento a la paz y donde U2 celebró un macroconcierto en 1997.
La banda irlandesa rinde memoria a la ciudad en «Miss Sarajevo», canción que inmortalizarÃa junto a Luciano Pavarotti el concurso de belleza de 1993 en el que unas jóvenes hacÃan un sencillo llamamiento a la impasible comunidad internacional: «No dejéis que nos maten». De nuevo el frÃo mármol, una atmósfera gris, las montañas, la humedad y la lluvia sobrecogen al viajero. Demasiados porqués.
La ruta de la guerra prosigue ahora por el bulevar Mese Selimovica, más conocida como la «Sniper Alley» o «Avenida de los Francotiradores» que conecta la parte antigua de la ciudad con la más industrial y de arquitectura socialista, cuyos altos edificios sirvieron de cobijo a los francotiradores. Unas 225 personas murieron por disparos de francotiradores, 60 de ellos eran niños. Rosas pintadas en las aceras y placas rinden tributo a las vÃctimas.
Como parte del escenario, en la «Avenida de los Francotiradores» encontramos el Museo de Historia, centrado en los horrores del asedio. Como fuera de lugar, aparece el amarillo-anaranjado hotel Holiday Inn que albergó a la prensa internacional durante la guerra. Sometido a un «lifting» tras la misma.
Un cóctel de la casa ameniza la explicación de Sunin: «Desde aquà se iniciaron los primeros disparos». TÃmidamente llegan turistas al recibidor: «Estos no son mochileros pero también buscan respuestas». En Sarajevo todavÃa se encuentran con muchos cristales rotos.
EL TÚNEL: LA VISITA ESTRELLA DEL «TOUR DEL ASEDIO»
La visita estrella del «tour de la guerra» es el túnel del barrio de Butmir. Iniciado en el garaje de una casa situada en el número 34 de la calle Donji Kotorac, el Museo del Túnel permite al visitante experimentar 25 de los 800 metros que posibilitaron a la población de la capital bosnia huir del cerco al que le sometieron las tropas mandadas por Radovan Karadzic y Ratko Mladic.
La escapada les dirigÃa más allá del aeropuerto controlado por la ONU, donde se abastecÃan de vÃveres. De apenas un metro sesenta de alto y un metro de ancho, la sensación es claustrofóbica. «Los habitantes de Sarajevo solÃan portar mercancÃas de entre 50 y 60 kilos, a veces con el agua hasta las rodillas», explica el guÃa a un grupo de mochileros. Un vÃdeo «in memoriam», restos de armamento y un mapa con la Sarajevo OlÃmpica y la sitiada… «Junto a nosotros algunos serbios también permanecieron», recuerda.
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