Creo que no tengo nada en común con nuestra alcaldesa, excepto el barrio en el que vivo y el supermercado donde ocasionalmente hago la compra, un establecimiento no muy grande con buen género, pescado fresco y personal amable.
Aproveché el viernes por la tarde, de vuelta del trabajo, para acercarme paseando a mi perrita y comprar víveres para el fin de semana. Carmena está pagando delante de mí, a una cajera encantadora que financia sus estudios de periodismo con un trabajo a media jornada en el súper.
Al igual que otros clientes y empleados alrededor, no puedo evitar oír la conversación, en la que la alcaldesa le propone a la chica que, si necesita hacer prácticas de la universidad, no tiene más que decírselo y ella lo arreglará para colocarla en el ayuntamiento.
Vamos a ver, que el ayuntamiento no es la empresa de la señora Carmena. Si quiere derrochar buenismo, debe decir a la joven cajera que la informará cuando se publiquen plazas para que la chica se inscriba, en igualdad de condiciones con el resto de solicitantes. O mejor aún, ofrecer una habitación en su casa al subsahariano que a cambio de unas monedas y siempre con una sonrisa de dientes blanquísimos, ayuda con las bolsas y los carros a los clientes. Así seguiría su máxima de “Refugees welcome” colgada en el consistorio, en lugar de proponer a quien se va encontrando por la calle becas y trabajos en las instituciones que pagamos los contribuyentes.
Pero ya en la calle, mientras desato a mi perra y Carmena sube al coche oficial ayudada por los funcionarios que la acompañan, me asalta una idea malévola: que, en realidad, podría tratarse de una proposición falsa, que dice en alto solo para despertar simpatías y futuros votos entre la audiencia.
Al lector dejo elegir entre la opción a o b…
Aclaración: la foto que ilustra este post proviene de un banco de imágenes.
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