Una excompañera y amiga me cuenta que está en la casilla de salida en la multinacional del software donde trabaja, a falta de firmar un papel para su finiquito. Después de media vida dedicada al sector IT, en el que entró por casualidad, se propone ahora cursar un máster que le permita reciclarse y cambiar de aires.
Todas mis amigas están en la franja de edad de 45 a 55 y muchas de ellas, como yo, han trabajado toda su vida en empresas tecnológicas. Tras muchos años de esfuerzo, haciendo piruetas para encajar carrera profesional e hijos en empresas muy exigentes en las que hay que estar permanentemente al día y donde la jornada laboral suele extenderse diez horas diarias, fueron despedidas a resultas de la crisis de estos años o ya entrada la recuperación. Gerentes, administrativas o comerciales: ninguna de ellas ha podido recolocarse en el sector.
Repaso mentalmente: Ana está preparando una oposición, María se ha reconvertido y vende pisos, Lola ha montado una start-up con la indemnización que percibió, Begoña está ahora analizando alternativas y Cris ha tirado la toalla, pasa “los lunes al sol”.
Y es que las empresas tecnológicas abanderan la causa de la diversidad: en la búsqueda del talento no discriminan por género, por raza o por tendencia sexual, contratan frikis o discretos, humildes o pastosos, profesionales de cualquier origen o condición, pero lamentablemente tienden a suprimir a los que han cumplido 50. Salvo que ocupemos una posición muy relevante en el sector (me vienen a la cabeza ex-directivas de grandes multinacionales tecnológicas que se han recolocado estupendamente), nuestro valor ejecutivo decae a medida que aparecen las arrugas y se acerca la menopausia.
Juventud, divino tesoro. Pero ¿dónde queda el valor de la experiencia, la seniority? Quizá los decisores que contratan piensan que con los años decae la energía; pero en el caso de la mujer, terminadas las labores maternales cuando se rondan los 50, aparecen con más fuerza la dedicación y compromiso plenos con la empresa, las ganas de demostrar, la energía renovada para hacer el mejor trabajo.
Nota: hace tres años escribí en este blog un artículo, viejunos, en el que decía que “las empresas los quieren jóvenes, o como se dice ahora, “freshers”. Hombres y mujeres con cuerpos briosos de start-up y salarios contenidos, que dinamicen la pirámide de la compañía.” La amiga a la que en el blog felicitaba por su nuevo nombramiento a los 50, recibió hace unas semanas su carta de despido.
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