Dicen los entendidos en la materia que uno de los factores para la buena gestión del capital humano es conseguir que cada profesional sienta que la organización se preocupa por él/ella, que no es una pieza más en un engranaje despersonalizado. Esto distingue a una buena empresa, frente a la que gestiona a sus recursos humanos en el corto plazo.
Algunos días al amanecer, me encuentro con mi amiga Rosa cuando paseamos a nuestros perros todavía medio dormidas y hoy me viene a la cabeza su historia. Rosa es aparejadora y al terminar la universidad trabajó durante algún tiempo en la oficina técnica de una constructora. Con tres hijos pequeños, y como el salario de su marido era significativamente mayor y mejores sus expectativas profesionales, ambos acordaron que al menos temporalmente, ella se centraría en su labor de madre y así hicieron.
Pasados diez años desde que se retirara de la vida laboral, su marido enfermó de cáncer de pulmón sin haber encendido un cigarro en toda su vida y falleció de la noche a la mañana como quien dice. Rosa le quería con locura, formaban un buen equipo y la terrible pérdida la dejó desolada. En el funeral, el director de la empresa donde había trabajado su marido se acercó a ella para darle el pésame y, como mandan los cánones y la buena educación, le ofreció todo su apoyo en esos momentos tan trágicos.
Unos días después, mi amiga se secó las lágrimas y se presentó en el despacho del director. “Necesito trabajar. De cualquier cosa, lo que podáis ofrecerme.” Dicho y hecho, le proporcionaron un empleo sin titubear. En tres años de trabajo duro, Rosa se ha hecho cada día más merecedora del voto de confianza que sus jefes le otorgaron como reconocimiento póstumo al esfuerzo y dedicación de su marido. Y ahora ha ascendido en la empresa.
En la buena empresa.
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