Maria C. Orellana el 04 ago, 2015 Cuando era pequeña quise ser secretaria. Durante un tiempo fue una de mis profesiones fetiche, como azafata o actriz. Incluso a los trece años, para ir avanzando, me apunté a un curso de mecanografía ciega, que por cierto me ha sido muy útil con el paso de los años. Mientras tecleaba asdfgf ñlkjhj en la descascarillada Olivetti, podía verme nítidamente como secretaria eficiente y atractiva, elegantemente vestida, escribiendo cartas, hablando por teléfono en varios idiomas y trabajando como mano derecha imprescindible de un atractivo jefe. Era la imagen que nos vendían las películas, como la señorita Moneypenny, la famosa asistente de James Bond, pues hasta mi primer trabajo no conocí ninguna. Ahora que he conocido a muchas, sigo pensando que la de secretaria es una profesión interesante, cómoda y necesaria. Y a menudo, todavía las envidio. Sentadas en solitario o en el pool, rodeadas del mejor material de oficina (la buena secretaria dispone de la más completa gama, sin reparar en gastos) mirando desde sus tronos como las auténticas reinas de la oficina. Pero ¿en qué se diferencia una secretaria del resto de los puestos? Después de varios años de observación, he encontrado dos características específicas de las secretarias: la primera es que constituyen el único grupo de empleados cuyo objetivo no es el bien de la empresa, sino el de sus jefes (o jefas). Se llaman secretarias porque guardan sus secretos, no importa si no distinguen entre un pedido y un albarán, si no hablan bien inglés o si no son capaces de redactar un email con sentido. Pero están ahí por la relación de confianza que han establecido con sus jefes, pues manejan su agenda, registran sus gastos, conectan sus llamadas y saben todo de sus jefes. La segunda es que raramente la secretaria dejará de serlo, y sólo se moverá en la jerarquía propia del grupo, que le otorga su grado de antigüedad o la categoría de su jefe. Este techo invisible de su ambición profesional las marca y les confiere un estatus especial dentro de la empresa. Las secretarias delimitan sus funciones con una línea dibujada a fuego: la única forma de que realicen algún servicio para el resto de mortales de la oficina es que su jefe se lo haya indicado explicita e inequívocamente. Si por necesidad o error te acercas a pedirle cualquier cosa, por nimia que te parezca, la buena secretaria sabrá zafarse con su mejor sonrisa alegando cualquier excusa, como que en ese preciso instante está montando una conference call a cuatro bandas entre París, Mumbai, Barcelona y Madrid y después deberá ir a escanear un importante documento legal que esperan impacientes en mensajería. No importa que una nueva secretaria nunca haya ejercido esa función en el pasado. En dos semanas se comportará exactamente de la misma forma que el resto, pues las secretarias se juntan gregarias en sus cerrados grupos, y transmiten en cadena su particular idiosincrasia. Creo que el secretariado es uno de esos patrones que deberíamos empezar a cambiar en las empresas y la única forma que se me ha ocurrido es incorporar hombres a esta labor femenina por definición. Puedo imaginarlos, sonriendo impecables frente a la pantalla del ordenador y entrando con discreción en la reunión que empieza… ¿queréis tomar un café? mujermundo laboral Comentarios Maria C. Orellana el 04 ago, 2015