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Carolina no tiene por qué aguantarlo

Carolina no tiene por qué aguantarlo
Maria C. Orellana el

 

Recuerdo el libro gordo de Pedrete, donde un Pedro Ruiz vestido de colegial trasnochado saludaba a su compañera con un impertinente “qué buena estás, Carolina”. En su momento me resultaba repetitivo y yo no le encontraba la gracia; tampoco parecía reírsela la susodicha, que de acuerdo con el guión, hacía como que no lo había oído y pasaba a preguntarle de qué iba su sainete.

Hoy no pocas adolescentes tienen que soportar cada día en el colegio comentarios como éste y actos soeces peores, que practican como normales y graciosos algunos compañeros maleducados. Me cuenta mi hija que escuchar en clase “qué buena estás” o “qué cachondo me pones” cuando estás abriendo el libro de matemáticas es normal y por supuesto no le hace gracia. Afirma que siempre son los mismos sujetos, todos en la clase lo saben, pero “es mejor no hacer nada”. Como Carolina, ella también hace como que no lo oye.

Atónita, pregunto a chicas que ya están en la universidad sobre este tipo de conductas en edades adolescentes en los colegios y me regalan turbias anécdotas que añaden indignación a mi sorpresa. El compañero de una de ellas se entretuvo dibujando con rotulador durante la clase todo tipo de miembros viriles en las páginas de su cuaderno y como la chica no le prestaba la atención debida, le quitó la regla del estuche para medirse con ella el pene. A los aspavientos de la alumna, respondió la profesora con la expulsión de la clase ¡de la víctima! Esto es solo un ejemplo de muchas historias que no voy a relatar para no hacer un post más procaz de lo necesario.

A mi pregunta de por qué no lo denunciaban, responden al unísono que “es mejor no hacer nada”. Según las chicas, estas cosas “se pueden aguantar”, pero si no se manejan con discreción, pueden derivar en algo peor, como el bullying.

Soy firme defensora de la escuela mixta, principalmente porque garantiza mejor la igualdad de oportunidades profesionales para las mujeres en el futuro, pero nuestras hijas tienen derecho a un espacio de estudio y convivencia libre de acosos de cualquier tipo.

Probablemente muchos lectores piensan que son chiquilladas, pero yo creo que son conductas inapropiadas que, simplemente, las chicas no tienen por qué soportar ni en el colegio ni en la calle. La única forma de impedir que éstas sean escenas normales es mediante campañas específicas en los colegios y por supuesto, como siempre, la educación de los padres, que no deben reír las gracias a sus machitos y desde pequeños, educar a sus hijos en el respeto.

 

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Maria C. Orellana el

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