Hoy es noticia que la justicia europea ha reconocido el derecho de los empleados interinos a percibir indemnización por despido, equiparándolos a los temporales e indefinidos. Lo escucho en la tertulia de la radio, donde aseguran que la sentencia puede suponer un pequeño paso hacia la forma de contratación única, que ya existe en algunos paÃses europeos.
Ninguno de los tertulianos ni de los medios que por la noche consulto en Internet menciona cómo puede verse afectado por esta sentencia el colectivo de servicio doméstico que, pese a contar más de medio millón de mujeres en España, parece residir en las catacumbas del derecho laboral desde tiempos inmemoriales.
Durante décadas, muchas chicas aún adolescentes han estado viniendo desde zonas rurales a servir en una casa doce horas al dÃa por sólo la habitación y la comida, y quizá unos pocos duros para salir los jueves y domingos por la tarde. Las más afortunadas encontraban a un buen hombre que las retiraba por matrimonio y otras se resignaban a vivir para siempre con la familia, en una especie de situación de esclavitud dulcificada si la señora la trataba con dignidad y el caballero o los hijos de la casa no la usaban para desfogue o estreno (costumbre silenciada en aquellas épocas, pero más habitual de lo que pensamos). A diferencia de otros gremios, estas trabajadoras no tuvieron mÃnimos derechos laborales hasta 1985, nunca formaron un sindicato ni fueron a la huelga… Eran otros tiempos.
Hoy el paisaje de las chicas de servicio es otro: cotizadas filipinas, dulces sudamericanas, eficientes marroquÃes o bellas europeas del este trabajan como asistentas o criadas en los hogares españoles. Pero siguen discriminadas laboralmente: sin seguro de desempleo, sin convenio negociado, sin inspección de trabajo.
Me entran escalofrÃos cuando oigo algunas historias sobre chicas de servicio dentro de mi cÃrculo de conocidos y colegas, en general gente urbanita y educada. Conocà hace años a una mujer culta, elegante y con dinero que me confesó haber comprado carne congelada para perros para alimentar a su mucama, porque según ella comÃa como un animal. No hace tanto que una compañera de trabajo reconoció que pagaba a su chica interna el exiguo salario de 500 euros, pues la habitación en la que dormÃa podÃa valorarse en otro tanto, a lo que habÃa que sumar la comida que consumÃa; cuando ésta le pidió que al menos le proporcionara el gel y champú para su aseo, la empleadora se lo negó. Y me heló la sangre saber que una amiga iba a despedir a su asistenta embarazada, pues ¿Cómo iba a atender bien las labores de la casa cuando estuviera de seis meses? Al cabo de unos dÃas la chica le dijo que no tendrÃa que despedirla, ya que se habÃa sometido a una interrupción voluntaria del embarazo. Y mi amiga la despidió igualmente porque no aprobaba el aborto, justificándolo hacia la galerÃa con la excusa de que hacÃa tiempo que no estaba contenta con su desempeño. Y estas infamias laborales sobre un colectivo femenino al 90% las ejecutan en general mujeres con la complacencia o indiferencia sus maridos hombres.
Las chicas de servicio facilitan el que muchas mujeres puedan ejercer una carrera profesional, atienden con amor a nuestros hijos y cuidan con desvelo de nuestros ancianos ¿Qué indemnizaciones perciben cuando por cualquier excusa se ven expulsadas de la casa en la que sirven? ¿Cuántas disfrutarán de una pensión de jubilación al final de su vida laboral? ¿Quién defenderá su causa ante el tribunal europeo?
mujermundo laboralsociedad