En la gira de presentación de su última novela, Vargas Llosa concedió una entrevista a El País que dejó un titular de actualidad: “la pornografía es erotismo mal escrito”. En la foto, Mario salía muy serio apoyado sobre su mesa, con una pared de libros detrás y el gesto entre reflexivo y sereno. Como lector, gran golpe de efecto, y un obstáculo: primero tuve que superar el repentino pudor que me produjo leer a un viejo hablar de sexo. A los veintipocos, uno se piensa que todo lo carnal se circunscribe a una juventud tensa y de respiración fuerte.
Superado el apuro, adopté la postura reflexiva del Nobel y me puse de acuerdo con él. Es obvio que nuestro mundo es pornográfico. Obedece, supongo, a la realidad física que nos contiene. El instinto hay que saciarlo. El arte de domar este impulso y convertirlo, a su vez, en algo superior está al alcance de muy pocos. Espero que no se me malinterprete y se me ponga una sotana como a los laterales malos. Hablo de sublimar la experiencia y sacarla del polvo de discoteca. Como en todo, soy la primera piedra de mi propia teoría.
Nuestro mundo es pornográfico porque vivimos en la era del everything now. Porque se plantean los objetivos como metas, no como camino. Si el río desemboca en el mar, salto las montañas y me ahorro el deshielo. El peso de la urgencia impide verdaderamente seducir, igual que impide acabar entero un Monopoly. La insatisfacción permanente es la gasolina del deseo, el sexo de guerrilla que se estila por las noches. Me da para llenar el Maravillas de metáforas.
Por ello reivindico la mitificada era de la liberación sexual. Sin sensualidad de consumo rápido, ni vídeo de Kim, ni el tremendo disgusto que se llevó Jennifer Lawrence. La imagen idealizada que tengo de todo ello, de las drogas, del flequillo. La megalomanía erótica de Gainsbourg, que fantaseaba en sus canciones con pasar 1969 en la cama. Con Jane Birkin. Gainsbourg y su Gainsborough, subiendo en ferry por el Támesis. Todo el tiempo del mundo hasta el año siguiente. 69 Année Érotique.
Vida