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Feria de Córdoba

Feria de Córdoba
Santiago Isla el

 

Como pasa siempre en la vida, yo estaba escribiendo una cosa y la cosa me ha llevado a otra. Esta dulce sucesión de cosas ha desembocado en un fin de semana que pasamos, hace ya varios años, en la Feria de Córdoba, cubiertos de gloria por todos lados. Allá fuimos, pobres chavales blancos, casi siempre meseteros, expedición amable con total disposición de gustar y tan ricamente ignorada.

 

Llegamos excitados, con dieciocho años, tan monos… Nos queríamos mezclar en ese cordobesismo mítico, tantas veces invocado, el sueño inalcanzable del sur y sus sirenas paseándose en carroza. Bien dispuestos con nuestras americanas del Ganso, con nuestras anfitrionas encantadas y hablando por los codos, entramos bajo el arco nerviosetes y frotándonos las manos.

 

Cuando de joven lees a Galdós y compañía, te imaginas una España cañí que resiste al invasor francés, una España terrible y orgullosa, una España cerrada que dice “aquí no me destruye nadie más que yo mismo”, y echado ya el molesto gabacho se lanza a pegarse patadas en los huevos. Esta visión parece lejana cuando, en las terrazas de Almagro, los jóvenes ejecutivos escupen anglicismos que nos sitúan a ti y a mí en pleno siglo XXI. Pues en esta Córdoba nos la encontramos.

 

La primera en la cara. De todas las categorías del pijerío, en la que me siento más cómodo y representado es en la de pijo del norte. Me parece un pijerío sano, mixto y bien alimentado. El pijerío cordobés, embutido de lunares, nos sorprendió por su falta de sorpresa: básicamente, ni tuvo la deferencia de reírse de nosotros. Pasamos como una canoa sobre el agua, sin mojarnos, mientras debajo de nosotros se desarrollaba una auténtica tragedia, Lorca si se quiere, morenas de ojos verdes y chavales enjaezados de paquete torero.

 

Al final acabé bailando sevillanas con unas madres, bebiendo rebujito como un náufrago y mirando el panorama sentadito en mi sofá. Las Marilós y los Gonzagas se derramaban unos sobre otros, y nosotros asentíamos con nuestro total look de palurdos castellanos. Como una epifanía, el grupo que tocaba se arrancó con La caseta de los pijos.

 

En la caseta de los pijos no se baila con salero

Solo se tocan las palmas pa llamá al camarero

 

Y yo, que de natural soy obediente, hice caso y me acodé en la barra. El fin de semana entero.

Cultura
Santiago Isla el

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