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Blogs Un poco de silencio, por favor... por Israel Viana

Teenage Fanclub: solo son canciones bonitas

Teenage Fanclub: solo son canciones bonitas
Teenage Fanclub
Israel Viana el

«Es mejor no llegar al mainstream, allí la caída siempre está al acecho», aseguraba Raymon McGinley a ABC la semana pasada, pero la cola para entrar a La Riviera daba casi la vuelta a la sala madrileña. Habían vendido todas las entradas, al igual que en Bilbao y en la mayoría de las citas de su pasada gira por grandes recintos de Gran Bretaña y Estados Unidos. Nunca entendí muy bien la línea que separa lo que es «mainstream» de lo que no lo es. Es muy difusa. De la misma forma que tampoco me entero mucho de eso que califican como «música independiente» (por no hablar del «indie»), cuando miro a los grupos que en ella se incluyen. Con Teenage Fanclub esas etiquetas voluntariamente ambiguas por parte de una industria me dan igual, porque las ha ido superando todas a lo largo de treinta años con cuatro acordes sencillos, tres voces bonitas y unas cuantas melodías redondas, con las que se han ganado el reconocimiento sin ningún «hit» claro. Y eso, oiga, está al alcance de muy pocos.

Hablamos del grupo de pop que acompañó a Nirvana en su primera gira por España, en 1992, donde se dieron a conocer. Acababan de publicar «Bandwagonesque», un segundo álbum con el que fueron coronados como los herederos de Big Star, ahí es nada. Un año antes este periódico ya los describió como «un grupo de rock, lo mismo hasta innovadores, que combinan con maña melodía, tensión y sentido del humor. ¿Podrían facturar uno de los discos del año? Cosas más raras se han visto». Pero ayer no iba a nadie a descubrir nada, solo a cantar y disfrutar de canciones ya conocidas como «Star Sign» o «The Concept», que sobrevolaron las cabezas de los presentes y arrancaron sonrisas por doquier. «Las voces parecen llegadas del cielo», decía un viejo seguidor entre risas.

Sonó todo a clásico. Desde el primer acorde de «Star Again» o las primeras palmas de «Radio», con un público que peinaba canas y se entregaba encantado a la nostalgia. Algunos grupos no deberían cambiar nunca y Teenage Fanclub es uno de ellos. Da igual que antaño guardaran en el cajón de los recuerdos a Alex Chilton, Neil Young o los consejos sobre pedales que les dieron sus amigos Sonic Youth y los cambiaran por The Byrds, los Beach Boys o The Beatles. Sigue fieles a sí mismos y, total, solo hablamos de canciones bonitas… esa cosa tan difícil de conseguir.

 

Muchos lucían las viejas camisetas del grupo, otros compraban las nuevas o se hacían con una de las tazas del grupo a diez euros (¿«mainstream» o superviviencia? Siempre la misma pregunta). Caían algunas canciones del elogiado nuevo disco, tras seis años de silencio. «I’m In Love», «Thin Air» o «Hold On», con estribillos que nunca llegarán a la altura de «About you» o «Ain’t That Enough». No se cantaban las primeras con el mismo entusiasmo que las segundas, claro, pero no importa, todas eran recibidas con alegría, como el abrazo de un viejo amigo. A esos se le llaman tablas y hasta el habitual desastroso sonido de La Riviera acabó por dar igual. No estaría mal que algún día los dueños de esta gigante sala de conciertos invirtieran una milésima parte de los inalcanzables precios de sus bebidas en mejorar la acústica. A unas condiciones así solo es posible reponerse con un buen puñado de clásicos, y de esos a los de Glasgow tienen unos cuantos.

Desde que publicarán «A Catholic Education» en 1990, el propio McGinley, junto a Norman Blake, Gerard Love y compañía han dejado perlas en cada uno de sus diez álbumes. Más de una por cada uno con los que han mantenido encendida la llama de este grupo que rara vez es el favorito de alguien, pero que ha acompañado a muchos durante toda su vida, sin importar que los gustos hayan cambiado. Por casi todos esos discos pasaron ayer a medida que el sonido iba recomponiéndose. Se corearon con entusiasmo temas de 1997 como «I Don’t Want Control of You»; la increíble «Sparky’s Dream», de 1995, o «Dumb Dumb Dumb», del 2000, hasta que la noche se desbordó al final con «Easy Come Easy Go», del fallecido fundador de los Go-Betweens, Grant McLennan, y la vuelta al ruidoso y primer gran éxito de su carrera: «Everything Flows». Que sigan igual muchos años.

Y encima las tazas no se agotaron. La llama sigue viva.

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