Estos días Madrid está registrando temperaturas récord en uno de los veranos más calurosos que se recuerdan, por eso son muchas las personas que huyen del asfalto de la capital en busca de un destino de playa para poder refrescarse. Otros, obligados a permanecer aquí, recurren a las piscinas públicas o a las alternativas naturales que hay en la Comunidad, como el pantano de San Juan, pero durante años no era necesario salir de la capital si lo que querías era darte un chapuzón.
En la actualidad, el río Manzanares se encuentra en un proceso de renaturalización que comenzó en 2016 con la apertura de las presas que lo regulan. Durante este tiempo ha ido recuperando poco a poco su dinámica natural con la aparición de la flora y la fauna autóctona. Tanto es así, que se ha convertido en un punto que reúne a numerosos observadores de aves en busca de sus 50 especies, entre las que hay garcetas, abubillas, gaviotas, patos e incluso nutrias. Pero durante décadas, en verano el río era habitado, sobre todo, por bañistas.
La costumbre de bañarse en el Manzanares, algo impensable hoy día, estuvo muy extendida entre los madrileños hasta la segunda mitad del siglo XX. Lo cierto es que siempre fue habitual que los vecinos de la capital aprovecharan el curso del río para refrescarse e incluso para lavar la ropa, pues era muy habitual ver a cientos de lavanderas haciendo esa labor en la orilla.
Hoy en día, el parque de Madrid Río ofrece alternativas refrescantes como sus famosos chorros de agua. Esta zona, antes de la construcción de la M30 ya era un espacio de recreo y esparcimiento. La llegada de esta carretera fue determinante para poner el punto y final a los baños en las aguas del Manzanares.
Isla artificial
En los años 30, instalaron una enorme isla artificial en el entonces caudaloso río. Tenía forma de barco y la diseñó el ingeniero Luis Gutiérrez Soto. Este lugar se convirtió en un importante punto de encuentro para los madrileños, ubicado entre los puentes del Rey y de la Reina Victoria. En su interior, un club social que causó sensación entre los vecinos, y varias piscinas. Era un lugar elegante, y la realidad es que no todo el mundo podía pagar la entrada. Este curioso proyecto acabó con el estallido de la Guerra Civil. La isla quedó tan deteriorada tras el conflicto bélico que nunca recuperó su esplendor, hasta el punto que en 1954 tuvo que ser demolida.
Atrás quedaron ya los tiempos en los que, a principios del siglo XX, las familias completas se reunían en la orilla del río para pasar el verano mientras los más pequeños nadaban, saltaban y disfrutaban del agua y los jóvenes aprovechaban para enamorarse. A los pocos madrileños que no abandonan su ciudad en la temporada estival les queda ahora la sombra y las terrazas refrescantes de Madrid Río. Eso sí, el río ha recuperado su flora y fauna natural y, mientras tanto, la capital sigue sufriendo el calor sofocante habitual de esta época del año.
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