José Manuel Otero Lastres el 22 jul, 2014 En ciertas sociedades mercantiles, está fuertemente implantado el principio de que decide el que más arriesga: tiene mayor poder de voto el que ha puesto más capital. Lo cual parece lógico. En la guerra sucede todo lo contrario, los que más arriesgan sus vidas son los soldados y el pueblo, y son los que menos deciden. Hace muy poco vi en televisión una entrevista de la corresponsal de TVE en la franja de Gaza con una familia de palestinos que hablaba nuestra lengua y que estaban abandonando Palestina porque tenían pasaporte español. La madre decía más o menos: que paren estos bombardeos, es horrible, la población está sufriendo mucho… Y entonces pensé que habría muchos como ella que querrían que se acabara la guerra, pero que no les harían ningún caso. Porque quienes toman la decisión de iniciar o acabar una guerra son los políticos, los que ordenan como llevarla a cabo son los mandos militares, los que están en primera línea de fuego son los soldados, y los que están en medio del silbido de los proyectiles son los habitantes de los lugares en que tiene lugar la contienda. Las cadenas de “decisión” y de “sufrimiento” van, pues, en sentido inverso. Los que menos exponen sus vidas son los que tienen mayor poder de decisión y los que más se la juegan son los que están en el campo de operaciones. Y esto que parece ilógico ha sido así, que yo sepa, desde siempre, y se debe al modo en el que los propios ciudadanos deciden estructura legalmente las relaciones de poder. En democracia, la razón de este aparente sinsentido es que son los ciudadanos los que eligen a los políticos que los representan y los que votan una Ley de Leyes que pone en manos de ellos autorizar las declaraciones de guerra y de paz. Y asimismo son las Leyes Constitucionales las que confían a las Fuerzas Armadas, organizadas sobre la base del principio de jerarquía, garantizar la soberanía e independencia de las correspondientes naciones y defender la integridad de sus territorios. Cuando se inicia una guerra entre dos pueblos, la decisión de quién va a sufrir más directamente sus consecuencias no es, pues, arbitraria, ni caprichosa, sino que la fija la Ley Fundamental. Es verdad que se tratará de una ley que habrá sido promovida por los que más deciden y menos arriesgan (los políticos), pero que habrá sido también refrendada por el pueblo soberano. Ha habido intentos de cambiar este esquema, pero siempre –incluso en las revoluciones totalitarias hechas supuestamente en nombre del pueblo- ha sucedido inevitablemente que los nuevos que vinieron a mandar siguieron sin arriesgar sus vidas y que los que se la siguieron jugando fueron la tropa y el pueblo. Puede parecer cinismo, pero siempre hay unos que mandan, y éstos consideran tan importantes sus vidas que prefieren que sean otros los que arriesguen las suyas. Otros temas Comentarios José Manuel Otero Lastres el 22 jul, 2014