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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

Los longevos vuelven a la calle

José Manuel Otero Lastres el

Aunque el diccionario de la RAE considera “longevos” a quienes alcanzan una “edad muy avanzada”, al carecer la expresión “muy avanzada” de la necesaria precisión, voy a denominar “longevos” a todos los que han llegado a la avanzada edad en el ámbito laboral de la jubilación. Incluyo en esta franja de edad, al menos, a todas las personas que han nacido a partir de 1.952, para tomar como referencia la edad habitual a la que se jubila la mayoría. Puede haber otros de menos edad que también estén jubilados y otros de más edad que todavía no lo estén, pero para lo que persigo con este artículo lo relevante es haber alcanzado la condición de “pensionista”; esto es, la de persona que tiene derecho a percibir y cobrar una pensión.

Los pensionistas de hoy eran jóvenes durante los años del franquismo y muchos de ellos, sobre todo en los momentos finales de la dictadura (década 1965 a 1975), formaron parte de la juventud que se manifestaba en las calles reclamando la libertad y la democracia. Dicho con mayor precisión: entre aquellos jóvenes estaban los que corrían delante de los grises y llevaban a cabo correrías callejeras que alteraban, no muy gravemente, lo que entonces se llamaba “orden público”.

Pero desde entonces hasta estos días los políticos y los sindicatos se habían  olvidado de estos ciudadanos: los consideraban un bloque de sujetos doblemente pasivos: personas que no solo habían dejado de estar activos laboralmente hablando, sino también con las que no había contar porque se habían salido del futuro.

Muy mal deben estar las cosas para los partidos de izquierda y los sindicatos que con el fin de desgastar al PP se han visto obligados a volver la vista hacia ese conjunto de longevos, con los que nunca habían contado, y que ahora los vuelven a ver como masa útiles a los fines de la agitación callejera que tanto interesa ocasionalmente a la izquierda.

Por primera vez en los últimos tiempos los pensionistas actuales están siendo convocados a manifestarse por los partidos de izquierda y los sindicatos porque las pensiones solo se han revalorizado un 0´25% y, por tanto, han perdido poder adquisitivo por estar por debajo del índice de inflación.  Esta circunstancia me suscita dos consideraciones.

La primera es que los que se manifiestan son los que ya cobran una pensión y parece que la tienen asegurada por bastantes años y no, en cambio, los que están trabajando y cotizando con la incertidumbre de saber si llegarán algún día a tener una pensión y en qué condiciones. Y la segunda es que, aunque habrá muchos a los que manifestarse les traerá buenos recuerdos de épocas pasadas, convendría que meditaran con detenimiento la razón de las cosas.

En efecto, es importante que el hecho de que los nuevos líderes políticos de izquierda y los sindicales vuelvan a contar con los que ahora son longevos no les nuble a éstos su capacidad de juicio. Y ello porque, de un parte, los motivos de antes para manifestarse eran la libertad y la democracia, y, por tanto, no el espurio de ahora que es desgastar en la calle al partido en el poder prometiendo subidas de pensiones como argumento electoral cuando saben que pueden comprometer la Economía de la Nación. Y, de otra, los convocantes no tienen “las manos limpias” porque cuando estaban en el poder no solo no revalorizaron las pensiones, aunque fuera mínimamente, sino que las congelaron.

Así que a ver si queremos entre todos un poco más a nuestra España, y dejamos de pedir egoístamente, y cada uno lo nuestro, aunque sea a costa de poner en peligro la situación económica general. De algunos políticos no lo espero, pero sí lo hago de la sufrida clase de los longevos que ha dado muchas muestras de soportar en sus hombros, primero la estabilización, después la recuperación, y finalmente el deslumbrante desarrollo actual de nuestra España. Por eso, frente a la razonable ilusión de sentirse de nuevo útiles para aventuras políticas, me permito recordarles su probada capacidad de distinguir el grano de la paja en los mensajes políticos.

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