José Manuel Otero Lastres el 15 ago, 2016 Como sabrán aquellos de ustedes que se interesan por la política, Albert Rivera publicó en el diario El País de ayer una tribuna titulada “A mis compatriotas socialistas” que es más difícil de entender de lo que parece. Pero no porque sea ininteligible, sino por otras razones que van más allá de su comprensibilidad. Lo primero que cabe preguntarse es si era oportuno o no publicarla. ¿No tuvo Albert Rivera ningún otro modo ni ocasión de decirle en privado a sus “compatriotas socialistas”, al menos a aquellos que más trata, lo que les escribe en la Tribuna? Lo lógico es pensar que sí, por lo cual la siguiente pregunta es ¿quiénes son entonces los verdaderos destinatarios de la misiva? Todo parece indicar que son los votantes en general y los suyos en particular. De ser ese el caso ¿qué es lo trata de decirles? ¿Es solamente una explicación de sus cambios de postura del “no” a la “abstención y finalmente al “si” en la votación de investidura o hay algo más? Desde luego, su lectura detenida revela que se trata de una carta justificativa en la que sitúa el interés de España como argumento central para hacer posible la investidura como presidente del gobierno de una persona, Mariano Rajoy, que, según Albert, no es la adecuada para liderar la nueva etapa. Pero ¿hay algo más? ¿Estamos ante lo que en derecho contractual se conoce como “reserva mental”, un vicio de la voluntad que consiste en expresar una voluntad distinta a la realmente querida? Todo parece indicar que sí. En efecto, la voluntad declarada por el señor Rivera en su tribuna se asienta en las siguientes aseveraciones: España vive un momento crucial; los socialistas siempre tuvieron sentido de Estado; tras las elecciones del 20 de diciembre Rajoy provocó una crisis institucional sin precedentes al negarse a aceptar la invitación del Rey a plantear la investidura; al aceptar Pedro Sánchez, de manera valiente y necesaria el encargo del Rey, el líder de C,S en un ejercicio de responsabilidad y para evitar el bloqueo alcanzó con aquél un acuerdo de 200 reformas; tras las elecciones del 15 de junio las circunstancias han cambiado y urge formar un gobierno; lo más cómodo para C,s sería usar sus 32 escaños para votar no a la investidura, pero han preferido utilizarlos para desbloquear España exigiendo a cambio reformas y regeneración; y finaliza deseando que los actuales dirigentes socialistas piensen más en España y menos en quién liderará su partido en el futuro. Pero ¿es sincera esta carta? ¿Hay indicios de que encierra una voluntad oculta que es distinta a la manifestada? Hay quien piensa que sí. Sin ir más lejos, Carlos Herrera decía esta mañana en la COPE que lo que Rivera le venía a comunicarle a Sánchez era: invistamos a Rajoy y luego –no utilizo textualmente sus palabras- cuando empiece a gobernar se va a enterar de lo que vale un peine. Personalmente no tengo pruebas directas de que esa sea la verdadera intención de Albert Rivera. Pero hay fuertes indicios de que pueda ser esa. Porque ¿qué diría una novia si su pareja le pide matrimonio diciéndole “que no le gusta” y que “no es la adecuada para casarse”, pero que lo hace porque no debe seguir soltero? ¿Tendría que creer esa novia en la sinceridad y lealtad de su futuro marido si, además, le encuentra una carta dirigida a su antigua novia a la que le dice que quedó encantado de su antigua relación (“estoy satisfecho de haber alcanzado un acuerdo con 200 reformas”), que fue muy ilusionante (“la decisión de decirle sí al Rey e intentar un gobierno frente a la pinza de bloqueo de Iglesias y Rajoy fue necesaria y valiente”) y que como ella lo reconoció públicamente él hace lo mismo (“El secretario general del PSOE agradeció en público el sentido de Estado de Ciudadanos, y yo quiero hacerlo también hoy con ellos”)? Desde luego, a la vista de la tribuna me cuesta creer que Albert Rivera la haya escrito con otra finalidad; a saber: confiar en que pueda tener alguna eficacia para doblegar la terca voluntad del empecinado Sánchez de seguir bloqueando la investidura. Es verdad que los halagos consiguen imposibles y que Pedro Sánchez no parece de los más avispados, pero su egolatría alcanza tal nivel que será difícil convencerlo incluso por la vía de la adulación. Hasta es posible que la tribuna lo refuerce en el acierto de sus bloqueantes maniobras. Otros temas Comentarios José Manuel Otero Lastres el 15 ago, 2016