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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

¿De quién o de qué protegían a Sánchez?

José Manuel Otero Lastres el

En el permanente idilio que el “narciso” Sánchez mantiene con el poder desde que llegó a la tan ansiada Moncloa, no ha dejado de exhibir lo encantado que está en su nuevo empleo. Llegó a éste entrando por la ventana subido a los votos de todos los enemigos de España: filo-terroristas, independentistas, y antisistemas. Y, lejos de dedicarse a lo que decía que venía: a redimir a España del “malvado Rajoy” y regenerar la democracia, se ha convertido en el hombre-anuncio: en una exageración del nuevo arte del marketing político puso su brazo al servicio de las cuestiones tan urgentes, como trasladar los restos de Franco, asistir a conciertos en avión oficial, y aguantar el chaparrón por su indecente comportamiento de haber admitido convertirse en doctor universitario con un bodrio de memoria doctoral indigna de cualquier persona que tenga un mínimo de respeto por el fruto intelectual ajeno.

Justamente para escaparse del aluvión de críticas que le estaban lloviendo por la “defraudatoria” conducta de su falseado doctorado, hizo un viaje al otro lado del Atlántico que es donde se tomó la foto que figura en la entrada. Pocas veces en mi ya larga vida he visto a un político tan fuertemente escoltado. Si no lo conociéramos y no supiéramos que es un megalómano “yoyoísta”, pensaríamos que su persona corría tanto peligro que necesitaba una escolta compuesta por tantos guardaespaldas. Pero como lo conocemos y sabemos lo encantado que está de conocerse, no nos queda más remedio que presumir con malicia que quiso epatar a los habitantes de Nueva York.

Si pudiera meterme imaginariamente en su mente durante aquel paseo, advertiría el deleite de un don nadie, gozoso por haber llegado a tanto, preocupado porque los viandantes se preguntaran  con quién se estaban cruzando y absolutamente  despreocupado por su propia seguridad. Y es que ni en el centro de Nueva York ni personas como Sánchez pueden temer por su seguridad, ya que se trata de un lugar donde es muy improbable que los políticos corran el más mínimo riesgo. Es cierto que en todas partes puede haber un incontrolado. Pero tal reducida probabilidad ¿justifica tan importante gasto en seguridad?, soportar ese mínimo riesgo de inseguridad ¿no debe considerarse implícito en las condiciones del cargo?, rodear al político de tantos escoltas ¿no supone un inadmisible exceso de desconfianza en la ciudadanía?, ¿no estamos todos expuestos a un riesgo de la misma naturaleza?, ¿qué valor suplementario tiene entonces el político frente a los demás ciudadanos?

 

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