José Manuel Otero Lastres el 26 nov, 2015 Algunos de ustedes recordarán los impactantes anuncios publicitarios que hacía hace unos años la compañía multinacional Benetton. Uno de estos anuncios consistía en una serie de fotos en África de un camión lleno de personas de raza negra entre las que se encontraban también militares, del que era arrojado violentamente un niño de corta edad y al que pretendían subir multitud de personas con sus niños a cuestas, sin finalmente conseguirlo. Pues bien, tal anuncio fue declarado ilícito por un tribunal alemán por entender que trataba de despertar en los consumidores una serie de emociones y sentimientos de pena y compasión que eran utilizados después por la compañía anunciante para sus propios fines económicos. Conviene recordar que Benetton era una firma textil, cuyos productos nada tenían que ver con lo que reflejaba la campaña publicitaria, ni en dicho anuncio se hacía sugerencia alguna de que parte de los beneficios de la misma se destinasen a fines caritativos. No tengo ninguna duda de que mis lectores son compasivos, caritativos, piadosos y generosos. Es decir, están llenos de buenos sentimientos. Lo que me pregunto es si es ético que se emitan anuncios en los que se apela a esos sentimientos para enfrentarlos al dilema personal de que si no se hace lo que se pide en el anuncio el espectador en cuestión es tacaño y egoísta. Un ejemplo puede ayudarme a expresar lo que estoy planteando. Seguramente, muchos de ustedes habrán visto anuncios que representan la hambruna de África en los que se utilizan niños desnutridos o en plena agonía con sus ojos legañosos asediados por moscas. Y a renglón seguido se afirma que si uno se hace socio de la ONG anunciante y paga una módica cantidad al mes podrá salvarse la vida de muchos de esos niños. En este caso, a diferencia del de Benetton, hay relación entre el anuncio y las imágenes y se alega expresamente que el dinero recibido de la suscripción se destinará a nutrir y, por consiguiente, a mejorar las condiciones de vida de los niños africanos. Pues bien, aún en ese caso ¿debe permitirse ese tipo de publicidad que trata de despertar en los consumidores sentimientos y emociones que pueden forzarlos a hacerse socios de esas organizaciones? Quién libre y voluntariamente desea hacerse socio de esas organizaciones ¿necesita que se apele a sus sentimientos de pena y compasión? ¿Es completamente libre la voluntad de quien se mueve por el dilema ante el que lo sitúa el anuncio? Ustedes mismos. Otros temas Comentarios José Manuel Otero Lastres el 26 nov, 2015