Los ultras auguran al interlocutor discrepante el famoso arderéis como en el 36. La definición de ultra de nuestro Diccionario remite a los extremistas de derechas: no está actualizada.
Los chicos madrileños de los 70 temíamos a los violentos de derechas, pero lo más progresista que hoy esperamos de nuestros hijos es que no se alisten en la ultraizquierda. Los extremistas prósperamente instalados en los ayuntamientos, cuando hace un mes no tenían oficio ni beneficio, constituyen un poderoso reclamo para que lo hagan. Lo curioso de que votemos a los radicales es que luego nos asombra que se comporten como tales. Nos sorprende que Zapata ofenda a los judíos, pero los comunistas siempre han hecho chistes filonazis. Algunos aplauden en la Red los tuits con los que el concejal de Madrid Pablo Soto propone torturar, matar y quemar bancos.
Los españoles teníamos graves problemas, pero encontramos una solución creativa: votar al Partido Comunista. Optamos por una ideología con siglo y medio de antigüedad, fracasada en todas partes, que en la mayoría de los casos no hemos estudiado. Nosotros no aprendemos de la historia, más por ignorancia que por estulticia: no se aprende de lo que no se conoce. Etiquetamos al extraño, sobre todo si es rico. Transformamos al adversario en enemigo. Nos alimentamos de demagogia en un espacio diseñado para opinar pero no para reflexionar: Internet. Un canal con muchísima información (pero casi nada de conocimiento) que convierte el más nimio disparate de red social en tema de debate nacional. Tengo la impresión de que Pablo Iglesias emite las frases pensando ya en que sean futuros trending topics. Por eso dice que el problema no son tanto las cuentas en Twitter como las cuentas en Suiza. Él sabe que la evasión fiscal y la violencia de los suyos son dos temas independientes que no admiten mezcla lógica ante un interlocutor preparado, pero también que tiene que generar mensajes muy simples y muy ideológicos si quiere ganar los debates. El argumento es bueno si lo hacen los míos es el fin del derecho y de la convivencia, pero no hay muchos españoles tan justos como para decir esto está mal ante la actitud de un partidario. Antes de opinar si algo es bueno tenemos que saber quién lo ha hecho. La salvajada de no juzgar los delitos por su contenido sino por la identidad de su autor nos hermana con la Cosa Nostra. Los comunistas sólo conocen dos leyes: la de la gravedad y la del embudo. Les parece bien hasta que los suyos hundan Grecia y la arrumben fuera de la historia. Pero, a juzgar por las encuestas, los marxistas no han cambiado de postura: lo que ha cambiado ha sido nuestra consideración hacia ellos.
La ideología llena el espacio que la inteligencia ocupaba en nuestros cerebros. Burgueses bienintencionados que votan Podemos me dicen que en ningún modo ven ahí marxismo. Que ven ingenio y frescura. Ahora queremos dos éticas: una para el amigo, otra para el enemigo. Detienen a un delincuente con explosivos y lo defiende una turba enloquecida que considera a Alfon preso político. Si hubiera sido un fascista el que hubiese llevado la misma bomba, ellos habrían visto un terrorista donde ahora ven un héroe y un icono. Los extremistas están eliminando el sentimiento de equidad y el principio de respeto. Algunos de derechas han escrito en la Red que “si éstos organizan un Frente Popular, nosotros resucitaremos el Frente Nacional”.
La gente sensata calla. Creo que aún existe, pero calla. Luther King, Einstein y Burke dijeron en diferentes momentos que temían más al silencio de la mayoría que a las acciones de los malvados.
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