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Blogs Pienso de que por Rafael Cerro Merinero

Perroflautas II (Flutedogs two)

Perroflautas II (Flutedogs two)
Rafael Cerro Merinero el

Perroflauta será la voz más importante que aportemos al acervo planetario después de siesta, así que propongo que la adaptemos al escenario internacional como mandan los cánones de la moda: con un anglicismo que podría ser flutedog. Los flutedogs no están más ni menos equivocados que los demás, pero resultan previsibles: como sienten pánico a discrepar de su propio colectivo, son políticamente correctos y se puede saber de antemano qué van a pensar sobre cualquier cosa. Igual que los ejecutivos llevan traje y corbata, ellos visten su propio uniforme. Pero ni un ropaje alternativo ni diferentes parámetros de longitud y limpieza del cabello retratan a la persona; intentemos definir su pensamiento.

Dialécticamente hablando, nuestra sociedad está enferma desde que la gente teme discrepar de los guardianes de la ortodoxia. Los censores imponen una manera oficial de hablar para imponer también una manera oficial de pensar. Uno puede discutirlo todo sentado en la Puerta del Sol en asambleas de gente que come pistachos pero al mismo tiempo aborrecer el debate real y llamar fascista a todo discrepante. Cuidado, porque cada vez somos más los fascistas. Creo que los vigilantes del progresismo pueden albergar una intención inicial buena y precisamente se les llama buenistas porque suelen partir  de una: la protección del más débil. La defensa incondicional de la parte más frágil, cuando ésta tiene razón y cuando no la tiene, se ha convertido en el deporte nacional. Lo correcto es ponerse siempre de parte del sindicalista frente a la empresa aunque este gladiador se esté tocando las gónadas con entrambas manos durante toda la jornada. El desahuciado tiene razón frente al banco aunque sencillamente haya dejado de pagar su deuda. La mujer, frente al hombre en cualquier conflicto, aunque en la práctica sea la hermana mala de Cruella de Vil y como tal lo haya tratado. El correcto es un censor de hierro con los demás y consigo mismo e inventó la ética. Todo perroflauta está permanentemente indignado porque se halla siempre en posesión de la verdad absoluta de las cosas, lo que legitima cualquiera de sus protestas, ya sea pacífica o violenta. El ideario del colectivo es monolítico y por eso podemos saber qué va a pensar un flutedog sobre cualquier asunto veinticuatro horas antes de que éste acontezca. Esto se aplica a temas tan variados como la relación entre empresas y trabajadores, el aborto, el racismo, la deuda externa, la religión, la crisis del ébola, el feminismo radical o la violencia en Palestina (y el espectro de la demagogia es anchísimo: se puede ser feminista y propalestino al mismo tiempo).

Las ideas que encadenan el pensamiento de los cabreados, expresadas siempre a través de la imposición del lenguaje políticamente correcto, son muchas. Entre hoy y mañana definiremos diez, empezando por las que afectan a los conflictos laborales.

Trabajo: los empleados sólo tenemos derechos y nadie cita los deberes del trabajador. El país ha eliminado los principios de mérito y capacidad para la selección de personal y se ha pasado por el forro del badajo el principio de incompetencia de Peter, especialmente a la hora de seleccionar ministros y secretarios de Estado de cualquier ideología. Francisco Serrano afirma que eso ha hecho aflorar en España el llamado principio de Darwin invertido: “La evolución natural selecciona inútiles”.  En cuanto a la dureza de las tareas, los centros de trabajo deben convertirse según los talibanes en parques temáticos para el recreo de los empleados, en un clima de paz y amor omnipresente y florido. Se proscribe la idea de esfuerzo y los lapsos de trabajo se consideran un tiempo de descuento hasta el siguiente puente. La doctrina del perroflauta admite el llamado triple desayuno concatenado español: uno va desayunando más café con porras según van apareciendo conocidos en el bar. Los dueños de la esencia preconizan en sus programas de la tele que el despido de un gandul sea legalmente imposible, salvo para empresas con pérdidas. O sea: perjudican al verdadero trabajador. La idea no es de izquierdas ni de derechas, sino muy española, y explica la meteórica evolución de las expectativas de voto de Podemos. El esquema de remuneración del partido, que desliga rendimiento e ingresos, es franquista y se resume en el postulado sagrado “aquí todos ganamos lo mismo”. En caso de conflicto entre una empresa y un trabajador, el empleado tiene razón pase lo que pase.

(Continuará).

Dedicado a @AiniApgg

Más vida en @rafaelcerro

 

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