Corrupción es utilización de una organización en provecho propio y enchufar es colocar en un cargo a alguien que no reúne méritos para ello. El enchufe es la variedad más española de corrupción y nosotros lo hemos convertido en nuestro procedimiento principal de contratación. Hemos creado un sistema de Darwin invertido en el que sobreviven los espermatozoides menos aptos. Un esquema democrático porque en él suelen mandar los más mediocres, que son precisamente los más numerosos. La gente lo percibe intuitivamente. Algunos de los más eficaces se indignan porque les cuesta prosperar en la empresa, otros dicen que hay más jefes que indios y un tercer grupo observa que el jefe es el más incompetente. Pero nada es casual. Al contrario, el montaje es sistemático: hemos generado estructuras sociales diseñadas para colocar a personas afines que jamás podrían conseguir un empleo por su cuenta. Estructuras con portavoces que no dominan la oratoria, con jueces y periodistas a sueldo y sin habilidad conocida y, sobre todo, con incondicionales. Me refiero a esos dos o tres ciudadanos grises que acompañan al líder en cada comparecencia y asienten en silencio con la cabeza. En España lo más rentable es ser incondicional, no importa de qué. Las estructuras a las que me refiero deciden quién preside el país y quién se sienta en el Tribunal Constitucional. Se llaman partidos políticos. Los partidos, dueños del empleo público y privado, deciden lógicamente también quién se queda en el paro. Gracias a ellos, tenemos candidatos necios a los que les hace mucha ilusión ser presidentes, locutores gangosos que viven de la radio pública y asesores por todas partes. La palabra asesor es un cajón de sastre que designa a todo aquel que no sabe hacer nada, salvo genuflexiones. El asesor no debe mostrar más aptitud que su propia potencia de succión, expresada en vatios. Su subespecie televisual es el contertulio. El mismo día y sin haber leído nunca un libro, el tertuliano diserta sobre los universos paralelos de Everett, la inteligibilidad de los verbos intransitivos y las discrepancias entre suníes y chiítas. Todos sabemos qué orador estará alineado con cada partido antes de que la tertulia empiece. Esa militancia los inhabilitaría a todos como oradores en sociedades desarrolladas, pero no en ésta que ha sustituido la inteligencia por la ideología. Los oradores del parlamento de la época de Castelar eran parlamentarios brillantes, pero los de hoy son intelectualmente mudos: simplemente políticos. El político es casi siempre un estratega de la nada que desconfía tanto de los de su especie que a todo lo que le parece malo lo llama precisamente político. Por eso dice “una huelga política” o “un *tacticismo político”.
A la hora de contratar, nosotros no exigimos cultura de letras, sino números. Dos cifras que expresan el precio del trabajador y su edad, porque para conseguir el empleo hay que ser barato y joven. Esto conjura el riesgo de que en el seno de las organizaciones puedan infiltrarse personas con sabiduría o criterio. He visto retirar un máster de un currículo para no asustar al seleccionador. Aquí nadie ficha a una persona más brillante que él y por eso todos tenemos la impresión de que degeneramos. La vía es el dedo y, como consecuencia, el deporte nacional es la adulación. Por eso decimos que éste es un país de cortesanos. Además de la edad se castiga el mérito, pues las personas preparadas son sistemáticamente apartadas del camino del éxito laboral. También se desconfía del inteligente, que no es denominado así; aquí se le llama un listo. Este procedimiento de segregación arranca mucho antes, en el colegio. Los españoles no decimos del niño superdotado que hay que aprovechar su don; decimos “Huy, estos niños son muy problemáticos”.
Hemos bloqueado toda transmisión del conocimiento porque no escuchamos a los más inteligentes, ni a los más cultos, ni a los mayores. La inteligencia y la honradez suponen problemas para ser contratado en España. Lo veremos en la próxima entrega.
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