España es un país enfermo porque a su sistema circulatorio le falta el oxígeno: el empleo. Sus tasas de paro emulan las del tercer mundo. El problema es estructural porque las plataformas de reparto de trabajo no asignan los puestos a los más aptos, sino a los más cercanos al poder. La única habilidad que valoran es la de relaciones públicas; de hecho, el desempleo solo afecta a personas sin contactos privilegiados. Aun con tanto paro, la televisión muestra a ministros que balbucean más que hablan y a ex ministras sin ninguna cultura colocadas en la ONU con sueldos espectaculares. Los llamados renovadores hacen lo mismo que los conservadores en cuanto tocan poder municipal: colocan a media familia en los ayuntamientos. Explican sin despeinarse que no han elegido a Adrià porque duerman con él, sino porque era el que tenía el mejor currículo. Los cuñados ejercen una atracción poderosísima sobre nosotros cuando hace falta fichar personal. En quién vamos a confiar más que en la famiglia.
La adulación proporciona empleo, mientras que ser crítico puede conducir a la ruina individual. Por eso no avanzamos. El pueblo español deambula por la historia en círculos, casi siempre en torno a problemas recurrentes. A errores que sus intelectuales llevan siglos denunciando sin que nadie los escuche. Ni soy economista ni sé si el que sistemáticamente coloquemos enchufados genera tanto paro, pero desde luego deteriora gravemente nuestra competitividad. De hecho, aquí en lugar de competir buscamos recomendaciones. El empleo por designación digital del poderoso, el omnipresente qué hay de lo mío, hace que todos estemos fuera de nuestro puesto natural. El sistema de oposiciones no siempre es la solución, pues éstas dependen de quien las corrige. A menudo se filtran las preguntas o se convocan puestos ad hoc, a medida de la persona ya escogida. Hagan la prueba de buscar ofertas de empleo en la Red. Yo busqué ayer mismo empleos cualificados en televisión en grapevinejobs.com y en mediajobs.es. Encontré 295 ofertas en Gran Bretaña, 161 en Francia y una en España. Esta oferta, procedente de una empresa extranjera. No es que no haya más trabajo aquí, sino que no lo anunciamos: lo tenemos concedido de antemano.
Ningún particular cree contribuir a la precariedad del mercado de trabajo. Ni el enchufado, ni el que enchufa. Tampoco el que no da golpe en su puesto blindado mientras sus hijos no encuentran empleo. Tampoco cree generar paro el funcionario que se justifica repitiendo cada día que él hizo una oposición. Subconscientemente quiere decir “yo ya me esforcé estudiando en su día y ahora riego las plantas aquí. Un compañero ficha por mí por las mañanas”. Los españoles nunca tenemos la culpa de nada y utilizamos a los políticos como excusa. Muchos sindicalistas enchufan a sus militantes adulterando los exámenes de ingreso. Los privilegios de los asentados improductivos ralentizan el sistema y envían al desempleo a los nuevos. Tampoco genera empleo nuestra convicción de que solo los demás deben pagar impuestos. El empresario sumergido difícilmente puede competir. Nosotros hacemos tres trampas por cada ley y además antes de que la ley se promulgue.
Quienes envían a sus hijos a la universidad para que consigan mejores empleos se preguntan cómo hay tantos profesores malos. La universidad española es probablemente la mayor factoría de nacional de clientelismo después de los partidos. Si espontáneamente intentan dar clase, se toparán con que solo pueden ingresar en un centro si tienen una recomendación. Los conocimientos no cuentan y nadie les hará jamás una prueba de capacidad. Casi siempre dan clase los mejor relacionados y los más fieles. Ignoro dónde están los que más saben y más podrían enseñar, pero probablemente estén parados. No hay ninguna universidad española entre las cien mejores del mundo, según el ranking de Shanghai, que valora las investigaciones y publicaciones de los profesores. Una vez más, la tradición española de dar a los amigos los mejores puestos de trabajo nos hunde en el cieno. Sería apasionante saber cuántos catedráticos actuales son hijos del catedrático anterior, estadística que curiosamente no existe. Los profesores son teóricamente evaluados por selectores imparciales, pero cuando éramos estudiantes sabíamos cuál iba a ingresar en cada departamento cada temporada. Siempre se seleccionaba al toallero, que es el meritorio que le lleva los cuadernos al catedrático e imparte por él la muy incómoda clase de los viernes. En una universidad gallega se dice que las plazas de profesor salen ya con las iniciales puestas. En Periodismo tuve cuatro magníficos profesores periodistas y veinticinco que no habían pisado una redacción. Decir profesor universitario significaba antaño prestigio. Hoy no: nos hemos acostumbrado a que dé clase de Física ese amigo que no entiende hacia dónde hay que girar los manubrios del futbolín.
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