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Blogs Pienso de que por Rafael Cerro Merinero

Garzón, el infalible

Garzón, el infalible
Rafael Cerro Merinero el

Lo único que no cambia tras cada elección es la sensación de que todos los candidatos han hecho bien su trabajo, naturalmente según la valoración hecha por ellos mismos. El señor Garzón estaría despedido desde este lunes si hubiera sido presidente de cualquier empresa o se hubiera movido en cualquier sistema de mérito y capacidad. O ni siquiera sería despedido, porque no habría llegado a liderar con treinta y un años ningún movimiento nacional. Pero su medio es la política, un entorno de adulación y relaciones públicas en el que no ascendemos por lo que sabemos hacer, sino por la potencia de nuestro enchufe, por lo simpáticos que somos o por el color de la barba. Un lugar en el que se puede llegar a coordinador federal o incluso a candidato a la presidencia del Gobierno en plena juventud, pero sin haber demostrado nada, salvo que sabemos trepar. Así que nosotros seguiremos cargando con Garzón, que por su parte no ve así este paisaje. En lugar de asumir que ha perdido un mercancías lleno de votos y que ha entregado la presidencia a la derecha, Alberto sigue hablando de que tiene una “mayoría social”. Lo paradójico es que le llama mayoría a la minoría de extrema izquierda cuyas aspiraciones ha destruido él mismo. El candidato utiliza la expresión “el pueblo”, o la marca registrada “la gente”, para referirse a esa minoría comunista. De modo que no considera gente a los socialdemócratas, a los centristas ni a los de derechas. El desastre no ha sido culpa suya. Los conservadores tampoco achacan su éxito a la ayuda de la gran coalición de izquierdas que se ha hundido y que ellos contribuyeron a publicitar como el mismo Satanás. En toda esta ensalada de letras tan confusa destaca también el hecho de que los políticos de derechas jamás se llamen de ese modo a sí mismos, sino “populares”. No parece insensato pensar que, si los votantes los han apoyado hasta en los pueblos natales de los gestores conservadores más corruptos, sencillamente haya ocurrido que la famosa gente no quiere ver comunistas al frente de este barco ni en pintura. Lo evidente es que PP y Unidos Podemos han remado juntos en esta última campaña y en esta última elección.

El electorado que no nos vota se equivoca siempre, pero por supuesto no lo hace ni con mala intención ni libremente. El despistado vota engañado y sin culpa de nada. Los candidatos de derechas denuncian el fanatismo de las huestes infernales de Pablo, pero lo avivan con fuelles que esparcen brasas de pánico. Vocean comunismo es muerte rezando para que siga existiendo un Podemos que convierta a Mariano en presidente. Desde el otro extremo, los que impulsan esta secta joseantoniana con líder autoritario que es Podemos saben que los obreros conservadores están abducidos también: no lo hacen con mala intención.

La divisa del candidato fracasado que ha hundido a los suyos es ni un solo gesto de humildad: ni para tomar impulso. Los podemiers han perdido porque hayan metido la pata, sino porque han sufrido la campaña del miedo de los partidos conservadores. Muy buena, su autocrítica. Los profesionales del poder, que no se someten a procedimientos naturales de selección porque aquí no nos importa cómo puedan gestionar después esta empresa gigantesca, solo reciben notas el día de los comicios. Pero cuando son malas no rectifican. Le echan la culpa al empedrado, a supuestos pucherazos o a presuntas jugadas sucias del rival como las que el señor Rivera llama tacticismos. Hace tiempo que no entiendo lo que dice don Albert, que no alcanzo a comprender las tripas su mensaje oculto en una selva semántica de tacticismos, líneas rojas y actos de poner en valor. Solo entiendo que, si le doy mi voto a Ciudadanos, este puede terminar en cualquier causa.

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