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Blogs Pienso de que por Rafael Cerro Merinero

Poner en valor

Poner en valor
Rafael Cerro Merinero el

Una hoja de ruta es un documento con incidencias de un viaje, lo que no resulta óbice para que parlamentarios, periodistas y otros enemigos de la gramática digamos hoja de ruta a la menor oportunidad de demostrar que estamos al día. Lo repetimos como guacamayos cada vez que alguien planea hacer algo, especialmente si es un político. Para eso teníamos estrategia, táctica o sencillamente plan, pero alguien inventó esta cursilada de la hoja de ruta. Ya había dicho el padre Feijoo aquello de que siempre la moda estuvo de moda. Lo mismo ocurre con el último tic del lenguaje de la tele, poner en valor. Fundéu considera adecuada la expresión porque incluye un matiz de reivindicación respecto a las expresiones tradicionales como valorar. Me inclino ante la sapiencia de sus lingüistas, pero una cosa es adecuación y otra saturación. Antes decíamos valorar, destacar, reivindicar y subrayar para referirnos a reconocer la importancia de algo; el cliché poner en valor ha eliminado todas esas palabras y leerlo hasta en las letritas de la sopa y escucharlo a todas horas cansa. Donde antes decíamos que alguien cansaba ahora aparece inevitable la vulgaridad es cansino. No: cansino es el que muestra cansancio en sí, no el que agota a otros. De un pesado decíamos sencillamente que era cansado. Ahora no nos acostamos sin haber oído eso de cansino un par de veces. Es lo que hay.

¿Qué quiere decir es lo que hay? Muy poco. Es una manera grosera de expresar que el interlocutor debe tragarse una rueda de molino tal y como se la colocamos ante los belfos. Cuando nos ofrecen un salario magro, la expresión estúpida es lo que hay se transforma en la chulesca son lentejas, que quiere decir que ganaremos, sin negociar, lo que anuncie la primera oferta del empleador. Vivimos un momento laboral duro. Eso no quiere decir que tengamos que aguantar cada día zafiedades como “ta la cosa mu malita”. El discurso puede influir en la realidad y oscurecerla más aún. La obviedad del optimista agota, pero la del pesimista desespera.

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