Quién dijo miedo. Los cuarenta y nueve que cumpliré este verano no me asustan. Poco o nada me preocupan los problemas inherentes a la condición y edad del que se aproxima a la cincuentena, que principalmente son la alopecia y la falta de la rigidez necesaria para determinadas relaciones sociales de intercambio. Ni siquiera me resultó traumática una pregunta reciente de mi hija de diez años:
– Papi, ¿tú en qué siglo naciste?
Me resbaló, en parte porque resultaba previsible y en parte porque pensé que peor habría sido haber tenido que justificar no el siglo sino el milenio de mi alumbramiento, que tampoco es el actual sino el de las cruzadas.
La pregunta que sí me hizo asumir que soy un triceratops fue la de “¿Qué son las pesetas?”, porque las he utilizado durante casi toda mi vida. A veces, aún calculo en la antigua moneda. Siempre me cabreo cuando la radio dice “las antiguas pesetas”. No entiendo si quienes escupen ese tópico pretenden diferenciarlas de otras más modernas.
En 1960, los franceses pusieron en circulación un nuevo franco con un valor cien veces superior. Lo llamaron “nuevo franco francés”, con la abreviatura NF, y la denominación era lógica por contraposición al antiguo. Pero aquí no hay dos tipos de peseta: ni nuevas, ni esas supuestas “antiguas pesetas” que dicen en la tele los periodistas de copia y pega. Las pesetas sólo son pesetas, como el euro es el euro a secas o como la estulticia humana, que no es ni antigua ni moderna, sino ilimitada.
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