No sé cómo actúa la choni en lo lúbrico, aunque imagino que no habrá muchas diferencias mecánicas respecto a lo poco que yo he conocido. En cuanto al ludibrio sí hay peculiaridades : la choni gusta de las tertulias a gritos en la calle, los acelerones, la goma quemada y chirriante, y una canción de los Petersellers que a mí me parece brillante: “Arriming the little onion”. Como casi huelga decir, busca macho con calcetines blancos, zapatos de rejilla y riñonera de tres o más cremalleras. La riñonera debe ser del material noble llamado escay, que hemos españolizado con esta grafía. He investigado y existen riñoneras de marca.
En cuanto al calzado, la choni y sus variedades taxonómicas la poligonera y la sheily tienden mucho a Mary Paz. En lo cosmético, a las sombras muy oscuras de maquillaje. Escribiendo prefieren wapa antes que guapa. En el ámbito oral (en el de hablar, quiero decir), si su garañón no está pero se refieren a él casi siempre le aplican el adjetivo posesivo: mi Toni, mi Jonathan, mi Ruben. La ciencia no tiene registrado un solo caso de choni que haya dicho en voz alta “Rubén”, ni quitándole el mi ni respetando la prosodia de la palabra aguda. Si él está presente y la frase es vocativa, todos los nombres de varón que una Jennifer pronuncia se convierten en la apócope cari. Curiosamente, cari significa plomizo o pardo y procede del mapuche. Recuerdo haber sido Cari en una ocasión.
El gran Jordi Pujol, cabeza de una próspera estirpe de honrados empresarios, dijo el mes pasado que el gran éxito del soberanismo catalán es que sus movilizaciones estén llenas de “gente que se apellida Fernández” y “de chonis”. Algo me dice que nos está contando que le ha lavado el cerebro a todo el mundo, sin distinción de chándal.
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