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Blogs Pienso de que por Rafael Cerro Merinero

Todo para arriba, todo para abajo

Todo para arriba, todo para abajo
Rafael Cerro Merinero el

Cuando ignoramos dónde está el lugar por el que nos preguntan, debemos abstenernos de indicar cómo se va hasta él. Para hacerlo, disponemos de la conocida y socorrida frase “no lo sé”. La gente que desconoce el paradero del sitio pero quiere quedar bien con el interlocutor dice “Huy, creo que eso estaba por…” y responde de todos modos. Se lo inventa. Como resultado, el que buscaba una céntrica calle de Móstoles termina en los arrabales de Ulán Bator. Allí se topa con los ulambatoranos: un millón y pico de individuos con cara de mongoles que hablan mayoritariamente mongol, una lengua fonéticamente diferente al español que nosotros  no captamos bien al oído. El tipo se pierde y tiene que comprar un billete de avión carísimo para volver a España.

La segunda regla de quien indica es la de no utilizar localismos. No sirve para nada que yo le pregunte a un toledano aborigen de Cabañas de la Sagra dónde está determinada casa familiar y él me conteste “detrás del tercer bancal, en llegando a lo del tío Cosme y torciendo luego hacia donde caparon al quinto con una hoz”.  Bancal es voz casi desconocida para los oriundos de ciudad, pero lo peor es que la segunda y la tercera proposición de la respuesta son inválidas porque contienen elementos confidenciales, casi crípticos. Si yo supiera quién es el tío Cosme y dónde le gastaron al quinto aquella broma pesada pero memorable, no necesitaría preguntar, pues yo mismo sería un lugareño de Cabañas.

La tercera norma: las indicaciones deben ser precisas y universales. Cuando alguien va conduciendo un auto, la precisión es esencial para la seguridad. La orden para salir de una rotonda no puede ser “todo recto”, que unos interpretan como “continúe recorriendo la rotonda” y otros, exactamente al contrario: como “abandónela ya”. Las indicaciones tienen que ser robóticas y exactas, como las de los navegadores: “tome la tercera salida” o “salga ahora”. Si sigo la indicación perenne de mi madre, “todo recto”, me como la rotonda y destruyo  no de esos monumentos espantosos en forma de churro galáctico que colocan en el medio. Recomiendo también órdenes universales porque mucha gente indica al caminante “todo para arriba” y “todo para abajo”. Son órdenes tan subjetivas que resultan incorrectas; en puridad del lenguaje preciso, normalmente no significan nada. “Arriba” quiere decir hacia el cielo e ir hacia abajo es hundirse en la tierra o meterse con el automóvil en el suburbano. He oído indicar eso de “para arriba” señalando un sentido de una calle que estaba claramente cuesta abajo; la referencia a la altura en una trayectoria que es esencialmente horizontal suele generar órdenes subjetivas e imprecisas. Órdenes precisas son las que se apoyan en la indicación de un dedo que señala sin dudar, las que se refieren a los puntos cardinales y las que aluden a “izquierda” y “derecha”, conceptos que por cierto no todo el mundo tiene claros.

Volviendo a las rotondas, esta semana he visto a una señora saltarse su desvío en una de ellas, parar y dar marcha atrás. Uno pensaría que es más sencillo continuar dando la vuelta y no generar ese peligro inconmensurable, pero la definición de madrileño es precisamente “individuo capaz de saltar sobre otro coche antes que de saltarse su desvío de la M30”.

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