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Blogs Pienso de que por Rafael Cerro Merinero

En ocasiones veo moustros

En ocasiones veo moustros
Rafael Cerro Merinero el

La frase mítica de mi madre es “¡Qué necio eres, hijo mío!” y sospecho que algo tengo que ver. También estoy en su segunda frase preferida, aunque compartiéndola con otros: “En el cerebro de un hombre cabe poquito”. Cuando estrené los diecinueve años, mi abuela me advirtió “Qué diecinueve cerdos podríamos haber criado” y esa sentencia me cayó ya en cada cumpleaños. No puedo escribir aquí la segunda frase de aquella mujer genial sin estudios porque era políticamente incorrecta y alguien podría protestar, pero era algo así como “Ser maricón es cosa de hombres”. En 1985 entré a trabajar en la radio y radio y vida siguieron: en 1987 Luis Ayuso y yo nos estrellamos con el helicóptero de Antena 3, pero aquí estamos. Hay gente que no se muere. Me han sacado de debajo de un taxi con una Satellis en la M30. Me he tirado a 110 por hora en El Jarama con una Pegaso, para probar un chaleco “airbag”, en Protagonistas.

 

Accidente del 25 de enero de 1987 en Barajas

Llevo casi treinta años en la radio y he prosperado tan poco que si quiero que alguien me llame jefe tengo que subir al autobús de Alcobendas. Aquel del conductor que les aguantaba las frenadas a los camioneros como si fuera el fantasma del mismísimo Ayrton Senna. “No puedo frenar el primero; si freno antes que el camión de la leche, se me derraman los pasajeros, chaval”. Yo intentaba que un tipo que se llamaba El Mulo dejase de fumar allí adentro, pero El Mulo intentó arrojarme por una ventana muy pequeña y me volví más tolerante con el humo del tabaco.

He caminado sobre la superficie del Sol, como el Doctor Manhattan en Watchmen. Cuando no he hallado chispa en mí, he sabido aprovechar la luz de los otros. He sido dichoso pasando palabras por un tamiz y analizando a personas geniales. He contemplado cómo mi tío Jesús le explicaba a una dama de la familia por qué estaba borracha como una barrica de roble cuando había tomado “sólo” vino con Casera. “Se ha bebido usted un litro y medio de tintorro, doña X. Aunque haya tomado otros dos de Casera…la Casera es gaseosa, pero no un antídoto”. He oído a una locutora decir “Ha muerto Sharon Stone” cuando falleció Ariel Sharon y llamar sistemáticamente Cameron Diaz en antena al primer ministro británico, David Cameron. En los ochenta del otro siglo, la invitada de mi derecha escupió una boutade en la radio y Chumy Chúmez, sentado a mi siniestra, le contestó: “Perdone, señora ¿podría repetir? Es que estoy un poco sordo y soy bastante gilipollas”. La señora se levantó y se marchó a su casa llorando.

He caminado sobre la superficie del híper. He comprobado que una de las cuatro ruedas del carro nunca gira, que por eso el cacharro tiene querencia y que siempre hay basura en el fondo del mismo. En cuanto me distraigo, me confundo y me llevo el carro de un señor de Usera en lugar del mío. Soy tan despistado que les he dado la mano a dos mujeres que no eran la mía y que no aceptaron mis excusas. He estudiado la legendaria especie del chándal rojo de doble raya blanca, la riñonera de plástico de lujo de cuatro cremalleras y el zapato de rejilla. He visto a personas egregias empujar a la chica de la bandeja porque se le habían acabado los trocitos de salchicha con queso y palillo. Los hados están conmigo: he visto en Algete a gentes cabales guardar dos horas y media de cola esperando un trocito de roscón de Reyes gratuito, me he comprado un roscón entero, me lo he comido paseando delante de la fila y nadie me ha pegado. He tomado café de otra muestra gratuita y he conseguido llegar al retrete. Mi familia esculpe frases geniales y yo sólo hago de escriba.

En 2014, el relevo generacional y la fuerza de la prosa están en Valeria. Mi sobrina de seis años ya ha ganado un concurso literario con un cuento no muy largo (lo tienen en la ilustración), contundente y gramaticalmente muy nutritivo.

Charlando con Valeria durante su juventud, hace un año.

 Érase una vez un país en el que vivía un “moustro” feo de color marrón.

Que vivían también sus dos hijas, feas menos una.

Y también un día se encontró una serpiente.

Fin.

Valeria.

Todo tan sólido como lógico. He oído a muchos compañeros cuarentones decir “moustro” y eso ya no me asusta, pero me fascina el esquema de exclusión directa “Dos hijas, feas menos una”, que mucha gente podría utilizar en LinkedIn, por ejemplo (en el dibujo se observa claramente cuál es la hija fea, cuál es la fea menos una y cuál es el “moustro”). Esas construcciones tan enérgicas sólo se pueden escribir con seis años. A mí ya no me quedan fuerzas, pero puedo esperar a ver qué ideas literarias surgen entre esas dos coletas. Valeria Viso tiene seis años y algún día paseará sobre las baldosas bajo las que esperaré descansando y riéndome. Amén.

A Valeria y Mónica.

Más vida en @rafaelcerro

 

 

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