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Blogs Pido la palabra por Paloma Cervilla

Rajoy devuelve a los suyos el orgullo de ser del PP

Paloma Cervilla Garzón el

Hasta el 26 de junio, muchos dirigentes, militantes y simpatizantes del Partido Popular se encontraban contra las cuerdas. El PP era un partido arrinconado en una esquina del cuadrilátero, noqueado, al que todo el mundo (empresarios, medios de comunicación, colectivos de todo tipo y ciudadanos de a pie) zumbaba y consideraba una formación política chamuscada por la corrupción y a punto de morir en manos de unos políticos adolescentes (Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera) que estaban a punto de asaltar el cielo y condenar al PP a los infiernos.

Pero la noche del 26 de junio todo cambió. A medida que el recuento de votos iba dando uno y otro y otro más diputados al PP, hasta llegar a los 137, los populares de toda España iban saliendo de ese rincón al que le habían condenado de antemano, antes incluso de celebrarse las elecciones. Parecían que iban a ganar, pero de una manera tan escuálida, que no podrían volver a jugar dentro del ring con una cierta dignidad.

El orgullo de ser del PP comenzó a recorrer España entera y la gente, que durante estos cuatro años, y sobre todo los últimos seis meses, ha ocultado que iba a votar al PP (como así lo reflejaban las encuestas) por miedo al qué dirán, estalló para decir sin vergüenza que ellos sí votaron al partido de Rajoy.

Al PP lo han situado de nuevo en el tablero los mismos que lo han querido destruir. Tanto criticar a Rajoy e indicarle el camino de salida, tanto sacar pecho diciendo que venían a regenerar la vida política porque lo hecho hasta ahora no había servido para nada, tanto sectarismo y tanto populismo removió las conciencias del centro derecha que, en un alto de rebeldía, salió a la calle para decir “Basta ya”.

Y este fenómeno de rebeldía no solo se ha producido en España. Acabo de regresar de Bogotá de un viaje de trabajo y, en un almuerzo el pasado jueves con un grupo de empresarios españoles que trabajan en Latinoamérica, uno de ellos me decía que “no he votado en treinta años, pero esta vez sí que quería votar“. Y votó al PP, me comentaba, no sin cierta satisfacción porque, a su juicio, “hay humillaciones que no se pueden consentir”.

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