Supongo que cada vez que Albert Rivera arremete contra el PP es porque sus encuestas internas le dicen que cada acometida se traduce en un puñado de escaños más para su partido, porque si no no se explica esta estrategia que ha empezado a llevar a cabo en la segunda parte de la campaña electoral.
Yo pensaba que Ciudadanos tenía que mantener el equilibrio con los populares, y no atacarles demasiado en la parte que se refiere al apoyo poselectoral para que pueda gobernar Rajoy, ya que una gran parte, por no decir la mayoría de sus votantes, provienen del PP.
Pero me he dado cuenta de que estaba equivocada, a tenor de las últimas declaraciones de Rivera y de otros dirigentes de Ciudadanos, que por fin han hablado claro sobre su posición respecto a su apoyo a la investidura de Rajoy. Quiero creer que dicen la verdad, aunque yo en estos mismos meses he escuchado lo mismo, y lo contrario. Que sí apoyarán la lista más votada o que, sí de mi depende, habrá gobierno al día siguiente de las elecciones.
Al margen de que me pueda resultar un error decir que no van a apoyar a Rajoy en la investidura, ni voto afirmativo ni abstención, permitiendo entonces que gobierne la izquierda, lo que más me sorprende es que Rivera y algunos de los dirigentes de su partido quieran incluso ser ellos los que designen al sucesor de Rajoy.
Parece que Rivera, y también Girauta, quieren pasarse a las filas del PP y liderar su renovación, al poner su “dedo divino” sobre Cifuentes, Feijóo, Margallo, Ana Pastor y Pablo Casado; y vetar a Cospedal y Sáenz de Santamaría.
Que alguien que tiene 40 diputados y es cuarta fuerza política pretenda dirigir los destinos del ganador de las elecciones y de su partido, me parece de una osadía e infantilismo político que no tiene límites.
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