Nadie puede poner en duda que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha llegado al Palacio de la Moncloa y ha ganado las elecciones por mayoría absoluta en contra de muchos medios de comunicación, de un sector de su propio partido y de los grupos de influencia de este país. Se ha fumado un puro cada vez que lo han puesto de vuelta y media y lo han acusado de ser un débil, de no tener carisma y de no ser capaz de sacar a España de la crisis. Y todo porque se niega a plegarse a los que han querido, desde algunos medios de comunicación, dirigir el país; porque no se presta a cenar y comer para conspirar o para satisfacer vanidades ajenas y porque no está dispuesto a recibir lecciones de ética de quienes no pueden dar ejemplo de ello.
Llegado a este punto, cada vez que puede, aprovecha la ocasión para recordarlo. La última vez fue ayer ante la Junta Directiva Nacional de su partido. Muchos de los presentes aseguraban a la salida de esta reunión que habían escuchado al auténtico Mariano Rajoy e incluso a “más Rajoy que nunca” y que necesitan la inyección de moral de un presidente fuerte.
Sus palabras, según algunos, lo decían todo: “Para gobernar hay que tener personalidad, hay que tenerla, nadie puede pretender estar en un Gobierno y no ser objeto de críticas, de críticas justas o de críticas injustas, de maledicencias o de cualquier otra cosa, eso no es posible. Pero hay que tener la fortaleza suficiente que deriva de la conciencia de estar haciendo las cosas que hay que hacer para no hacerles caso. Escuchar a todos, leer a todos, atender a todos. Pero el Partido Popular es un gran partido y su reto y su obligación es atender a los intereses generales del país. Aunque eso, en muchas ocasiones, implique ser objeto de críticas. Pero nadie puede presentarse a un cargo público y pretender que todo lo que se diga de él sea bueno, eso no es posible y, además, sería enormemente negativo”.
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