Este verano me he tomado al pie de la letra la palabra “vacaciones” y he cerrado este blog durante todo el mes de agosto para descansar de un año muy duro y poder seguir desde la barrera, la actualidad política. Me he querido situar en el lugar del lector, del que solo sigue la información por los medios de comunicación y no está, como nosotros los periodistas, metido de lleno en la vorágine informativa.
Y la sensación que he tenido es la de una orfandad política, un desconcierto e incluso el temor al comprobar que nadie dirige este país, que no hay patrón al frente del timón y que la nave se encuentra a la deriva.
La sesnsación de ver al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la tumbona en Lanzarote, mientras los contagios por Covid subían como la espuma, la economía se hundía y los escolares no tenían plan para volver al colegio, ha sido descorazonador. Después de animarnos a salir a la calle y a disfrutar de la vida, el presidente desapareció y nos dejó a la intemperie, lavándose las manos como Pilatos, y huyendo de una realidad que le va a perseguir durante toda su vida política.
El presidente, este año, no se podía ir de vacaciones, va en el sueldo. No podía descargar la responsabilidad de frenar el virus en las Comunidades Autónomas y decir que ya no puede hacer nada. Sí puede, y mucho, es el presidente del Gobierno y tiene que situarse en el puesto de mando de la situación más grave que atraviesa España en las últimas décadas.
Si no ha estado ahora, ¿cuándo estará? Si no ha estado a la altura de la responsabilidad del cargo qe ostenga, ¿qué podemos esperar del Gobierno para salir de esta situación? Un presidente ausente es lo peor que le puede pasar a un país que se enfrenta a la peor crisis económica que se recuerda.
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