Rajoy ha empezado el curso político poniendo fecha para las elecciones generales: el 20 de diciembre, o no. Pero parece que va a ser que sí porque el presidente en esto de los cálculos electorales no da puntada sin hilo. Aunque, en esta ocasión, va a tener que coser muy bien las costuras para que el traje final le quede niquelado.
El presidente del Gobierno sabe que tiene que estirar lo más posible la legislatura para que esos dos millones y medio de votos perdidos vuelvan a casa. A día de hoy ya ha recuperado una parte, pero a medida que la izquierda radical, con la muleta del PSOE, siga desvariando en su gestión al frente de los gobiernos locales y autonómicos que ha arrebatado al PP, la cosecha será cada vez más abundante para este partido.
El centro derecha ha entrado en pánico, y solo hace falta hablar con algunos de los que se quedaron en casa y con parte de los que votaron a Ciudadanos, para saber que los populares están subiendo en intención de votos. La gente ya no quiere bromas, ni experimentos, y sabe que la única forma de parar a una izquierda desbocada que un día sí y otro también tiene una ocurrencia cada vez más descabellada, es votar al PP. Algunos lo harán con la nariz tapada, otros con la mascarilla puesta y los más fieles entregados a una causa que, aunque en algunos casos no les convence totalmente, es el único clavo al que aferrarse para intentar frenar a esa izquierda radical.
El presidente tiene todos los datos, las encuestas que confirman el tímido avance de su partido, y sabe que la alegría de las compras navideñas, gracias a la mejora de la economía, puede levantar el ánimo de los desencantados. Por eso ha elegido estas fechas, en las que nos invita a comer el turrón electoral, que él espera que no se le indigeste.
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