Aunque algunos se crean que el éxito cosechado por Mariano Rajoy en el Congreso sacando adelante la candidatura de Ana Pastor para la Presidencia de la Cámara, gracias a la abstención de Ciudadanos, PNV y CDC, es garantía del respaldo de estas formaciones políticas a su investidura, se equivocan.
A Rajoy se le vio ayer en su escaño taciturno, pensativo y tan poco comunicativo que, en las casi cuatro horas que duró el Pleno de constitución, solo intercambió una larga parrafada con su amigo el ministro José Manuel García-Margallo, comentarios esporádicos con la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, a pesar de que se sentaba a su lado; y, eso, sí, atendió a los diputados de su grupo que se paraban a saludarlo.
En muchos momentos permaneció enrocado en sí mismo y envuelto en un sepulcral silencio.
La explicación a esta actitud podría estar, según me comentaban algunos de sus colaboradores, en la preocupación real que tiene el presidente de que quizás no sea posible su investidura. La falta de experiencia política, la inmadurez de los que han protagonizado la llamada nueva política, que ya es vieja, pueden llevar a España a unas terceras elecciones.
“No tienen visión de Estado”, subraya uno de mis interlocutores, “y se comportan de una manera muy irresponsable“. “No saben negociar, ni el valor que tiene la prudencia en política”, comentan otros, que admiten que “la cosa no está nada fácil. No es seguro que se pueda gobernar”.
Pues sí eso es así, y la irresponsabilidad de algunos lleva a España a hacer un ridículo mundial con unas terceras elecciones, que los ciudadanos castiguen en las urnas a los que consideren cabezas visibles de este sinsentido político.
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