Que la corrupción ha sido, sin duda, lo que más daño le ha hecho al Partido Popular, nadie lo discute. Qué pedir mano dura para los corruptos debe ser el catecismo obligado para todos los partidos polÃticos, tampoco. Y que aplicar la misma vara de medir para todos es lo único que garantiza la credibilidad ante el electorado, creo que tampoco es discutido por nadie.
Por ello, no entiendo, y a ver si alguien me lo explica, por qué Albert Rivera se muestra tan crÃtico con la corrupción en el PP y mira para otro lado cuando afecta al PSOE en AndalucÃa.
No se explica que incluso esté condicionando la gobernabilidad del paÃs a la salida de Mariano Rajoy y, sin embargo, no haga lo mismo en AndalucÃa, donde la corrupción de los ERE y de los cursos de formación mancha de lleno a la presidenta Susana DÃaz.
Pero aún es peor porque, a pesar de que el consejero de EconomÃa y Conocimiento de la Junta de AndalucÃa, Antonio RamÃrez de Arellano, ha sido citado a declarar el 10 de mayo por el Tribunal Superior de Justicia de AndalucÃa (TSJA) como imputado por un supuesto delito de prevaricación, Ciudadanos no pide su dimisión ni retira su apoyo al Gobierno socialista.
En cambio, en la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes siente el aliento de Ciudadanos en su cogote cada vez que aparece alguna información sobre la corrupción que heredó en el PP madrileño.
Yo no entiendo nada. Porque si Rivera quiere aparecer como el regenerador de la polÃtica española tiene que empezar a actuar con un mÃnimo de coherencia.
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