La visita de la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, al Vaticano para suplicar apoyo al improvisado anuncio del Gobierno de sacar a Franco del Valle de los Caídos solo merece un adjetivo: ridícula.
Que todo un Gobierno, representado por Calvo, vaya a Roma para pedir, nada menos que a la cúpula de la Iglesia Católica, que le ayude a salir del atolladero en que se ha metido, es una locura y un sinsentido de alguien, como Pedro Sánchez, que gobierna a lo loco y sin pensar lo que hace.
Más grave aún, teniendo en cuenta que es precisamente la Iglesia Católica el centro de sus obsesiones. En ninguna cabeza humana cabe que, días después de apoyar despenalizar las blasfemias a la Iglesia, y pretender igualar los delitos de pederastia (absolutamente rechazables y una vergüenza) a los de terrorismo y genocidio, se planten ante la Curia vaticana, porque yo lo valgo, a pedir compasión porque he metido la pata.
Si Pedro Sánchez quiere sacar a Franco del Valle de los Caídos –está en su derecho y me parece muy bien- que sea valiente, se asesore jurídicamente y cumpla lo que dijo en el mes de junio, nada más llegar a la Moncloa. Pero que no involucre a la Iglesia en sus obsesiones porque no tiene nada que decir. Los restos de Franco son de su familia, que puede hacer con ellos lo que quiera, y si no se informó de que podían depositarlos en La Almudena, es su problema, no de la Iglesia.
Y ya lo que es de aurora boreal es que Calvo mienta sobre su reunión con el secretario de Estado del Papa, Pietro Parolin. Alucinante que el Vaticano tenga que emitir un comunicado diciendo que de ninguna manera se pronunció ni llegó a un acuerdo con la vicepresidenta para que Franco no vaya a La Almudena. En todo caso, que le parece fenomenal que el Gobierno y la familia dialoguen para buscar alternativas. Vamos, que Calvo se inventó el contenido de la reunión para intentar tapar el bochornoso resultado de su viaje a ninguna parte.
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