El primer cara a cara entre Pablo Casado y Pedro Sánchez en el Congreso tuvo ayer un claro ganador: el nuevo líder del PP. Todo el mundo lo reconoce porque su valiente discurso, sin un solo papel sobre el atril de la tribuna de oradores, desarmó totalmente al presidente. Y no solo al presidente, sino también al sector crítico de su grupo parlamentario, que tuvo que rendirse a la evidencia y, puesto en pie, aplaudió a rabiar: Yo me fijé en uno, sorayista hasta la médula, que le faltaban manos para reconocer el éxito de su presidente.
Tan mal perdedor ha sido el presidente Sánchez, que ha anunciado que rompe relaciones con Pablo Casado, vamos, que le retira el saludo. Una pataleta de adolescente, impropia de un presidente del Gobierno. Y todo ello, porque Casado le acusó de ser el responsable, de mirar para al otro lado, ante el golpe de Estado que están preparando desde Cataluña. Esos mismos partidos que lo han aupado a la Moncloa y con los que, su emisario Pablo Iglesias, se entrevista para negociar los presupuestos, y no se sabé qué más.
Pues Pablo no se ha arrugado y el PP ya ha respondido: “España le pide a Sánchez que rompa con los que están en la cárcel por intentar un golpe de Estado, no con el PP, que le ofrece los votos del Senado para aplicar el 155 y restaurar el orden Constitucional en Cataluña”.
Sánchez ha cometido un tremendo error y ha convertido a Casado en un poco más líder del centro derecha español. Le ha regalado el discurso y esta embestida de la izquierda, seguro que le traerá réditos electorales.
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