Pablo Iglesias ya empieza sufrir las consecuencias de ser uno más de “la casta”. Esa categorÃa social en la que él mismo ha ingresado después de decidir que qué tonterÃa era eso de ganar solo tres veces el Salario MÃnimo Interprofesional y limitar los mandatos. Que se vive mejor con un sueldo más holgado y perpetuándose en el poder que sentado en la Puerta del Sol en los cÃrculos del 15M organizando debates, que eso no va a ningún lado. O sÃ: directo a La Moncloa pasándose por el forro todo lo dicho sobre los polÃticos y sus privilegios.
Pues una vez como miembro de pleno derecho de “la casta”, la primera fase es sufrir en sus propias carnes el acoso al que él y los suyos la sometieron. Solo ha tenido que bajarse del coche oficial y presentarse en la misma Universidad, la Complutense, en la que insultaron a Rosa DÃez, para darse cuenta de que la vida de “la casta” no es un camino de rosas, más bien de espinas.
Al grito de “fuera vende obreros, de la Universidad”, los suyos le han puesto ante el espejo de sus propias contradicciones. PedÃa diálogo con estos chicos, el que él no pidió para los polÃticos a los que acosaba. Entonces no habÃa diálogo posible, sino la dictadura de una ultraizquierda que quiere imponer por la fuerza su ideologÃa y su forma de hacer polÃtica porque todo lo demás es fascismo.
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