Al final, la Justicia se ha impuesto y la fuerza del Estado de Derecho empieza a caer sobre el insensato secesionista Puigdemont.
No puede uno estar todo el tiempo riéndose de todo un país, de todo el mundo, y desafiando a la Justicia por los países de Europa, sin que pase nada. No es posible y el pitorreo parece haber llegado a su fin.
Puigdemont ha terminado en la cárcel, en una prisión alemana, por haber incumplido la Ley, ni por ser un perseguido político, ni por ser una víctima del sistema. Simple y llanamente, por pasarse por el forro toda la legislación española, con la justificación de que un día tuvo un sueño de que Cataluña iba a ser un país independiente, y se lo creyó. Y lo que es peor, se lo hizo creer a una gran parte de esta región de España.
Pero ya está bien de tanto disparate, de tanta tourné por Europa diciendo pamplinas sobre la República catalana y haciendo tanto daño al prestigio internacional de España.
Ahora le toca dar la cara, una vez que ha finalizado su periplo de prófugo de la Justicia española.
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