Rajoy pidió ayer perdón en el Senado. Pero llega tarde. Es tal la crispación en la sociedad española que ya nada es suficiente más que tomar las riendas de la situación y adelantarse a los acontecimientos. En el Partido Popular tienen que asumir responsabilidades, sobre todo en Madrid, donde la corrupción ha campado libremente sin que funcionara ningún tipo de control.
No es posible que nadie conociera los tejemanejes de Francisco Granados, no es posible. Tampoco lo es que los alcaldes implicados, a los que alguien nombró candidatos, y muchas miradas se dirigen a Esperanza Aguirre, pudieran cometer todas esas tropelías sin que nadie se diera cuenta.
El “mea culpa” de Rajoy es un primer paso, y así se percibía en los pasillos del Senado la tarde del pasado martes. Hoy, en el Congreso de los Diputados, la desolación era total en las filas populares. “No hay derecho”, comentaba un miembro del Gobierno, que ayer presentó varios proyectos importantes y al final no se habló de ninguno, “solo salí en los medios hablando de corrupción”.
Ese es el problema, que las palabras ya no valen para nada. Solo valen los hechos, que no son pactos por la corrupción ni acuerdos de regeneración, es cortar cabezas en los partidos y en las instituciones cuando hay una sombra de sospecha. Cuando actúan los jueces ya es demasiado tarde.
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