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Blogs Notas del Espía Mayor por Javier Santamarta del Pozo

Cosmopaletismo

Cosmopaletismo
Javier de Burgos en plena composición territorial de España, según Ricardo Sánchez «Risconegro»
Javier Santamarta del Pozo el

La verdad es que hay veces que uno no entiende nada. Cuando vine a instalarme al Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial sin pensar en que llegaría a acceder a tan noble puesto de Espía Mayor, anduve mirando morada sin darme cuenta de que lo hacía en dos pueblos diferentes a la vez. Buscaba, tanto en el citado sitio, como en la Leal Villa de El Escorial. Que muchos me dirán que es lo mismo. Pero no. ¡Para nada! Que la diferencia entre gurriatos y caciques (como así se denominan a sanlorentinos y escurialenses respectivamente) es mayor que la de Capuletos y Montescos. Que serbios y croatas. Que hutus y tutsis.

Que sí que sí. ¡Que no exagero! Y eso que voy a estar sin poder ir a por mis churros y porras mañaneros o a tomar un café al Croché en unas semanas para evitar que me caiga el chorreo de unos y de otros por lo que acabo de decir. Pero es lo que hay. Para cada uno, la idiosincrasia del Real Sitio y de la Villa son en extremo diferentes, y los intentos de unificación de ambos municipios, de unos 18 000 y 15 000 habitantes respectivamente, siempre se han saldado con el mayor de los fracasos. Los forasteros y sus gépeeses se hacen un lío del tamaño del cimborrio de la basílica cuando se les dice de quedar en la plaza donde el ayuntamiento. Pues unos acaban en la Plaza de la Constitución (Escorial de arriba) y otros en la Plaza de España (Escorial de abajo). Que eso de arriba y abajo es muy típico para los que llaman también en plural a este lugar. Y claro, ¡cómo no llamar el Escorial a San Lorenzo cuando la parada del tren se llama como el primero que es el que está abajo, aunque se vaya arriba! Un follón.

Fachada principal del Monasterio del Escorial, con el escudo de Felipe II, escoltada por los escudos del Real Sitio y de la Leal Villa

Fue un 30 de diciembre de 1833, cuando mi tocayo Javier de Burgos le dio por establecer el proyecto más definitivo de nuestra división territorial. Si es que algo lo es y máxime en esta Piel de Toro. Una división en 49 provincias, ubicadas en 15 regiones, no teniendo éstas ninguna capacidad más allá de para servir como manera clasificadora. Una nueva aspiración para organizar España de manera administrativa. Repito y con negritas (con perdón por el microrracismo tipográfico): de manera administrativa. No étnica, religiosa, gastronómica, lingüística,  o geográfica. Administrativa. Porque aquí está el quid de la cuestión.

Les cuento. Los gobernantes desde tiempo de Hammurabi tienen las manías de saber cuántos viven en sus dominios, y qué territorios los habitan. De este modo es fácil tener a quienes gobiernen en su nombre, si la extensión fuera grande y, tema importante, poder aplicar las leyes propias y, ¡muchísimo más importante!, poder cobrar los impuestos. Las tasas. Las gabelas. Los monises, vaya. Y por eso es tan necesario algo que permita censar y saber dónde lo hacen los habitantes correspondientes. La gente, cuando se establece en tal o cual lar, acabará teniéndole amor a su terruño, y luego ya, al todo al que pertenece. En nuestro caso, ese todo empezará con la vieja Hispania romana.

Pero esta Hispania ha sido más troceada que pastel en cumpleaños de impúberes, desde su primera división en Citerior y Ulterior dos siglos antes de Cristo nada menos. A partir de aquí, la mitosis territorial ha sido un no parar. Diócesis, ducados, taifas, reinos, señoríos, realengos, veguerías, villas y municipios. Todo bien batido en cada momento histórico, en los sacos comunes que suponían las Coronas respectivas. El Antiguo Régimen de los Austrias pasó a los Borbones, y con la Ilustración y el Estado liberal que iba a surgir en el XIX (con el nacionalismo que lo hacemos tan eterno que creemos que Viriato ya era de VOX y es de anteayer), el asunto se multiplica en intentos.

Por citarlos tan sólo, tenemos la división propuesta por Floridablanca de 1785; el de las prefecturas de 1810 realizado por José I al estilo francés; el mandato de los constituyentes de La Pepa de Felipe Bauza en 1813; el que se realizará en 1822 durante el Trienio Liberal; y, tras la establecida por nuestro Javier de Burgos, los cambios del Decreto de Patricio de la Escosura de 1847; el de Constitución Federal de 1873 (¡Viva Cartagena!); los intentos de arreglo de Segismundo Moret en 1884 y de Francisco Silvela en 1891; la idea de la Segunda República de dividir en Regiones y Autonomías en 1931; y tras las diputaciones y gobiernos civiles franquistas, llegamos al café para todos de la Constitución de 1978.

Cosa absurda porque, como dijera algún político en tiempos (que no me extrañaría que hubiera sido el coñón de Romanones), ¡cómo se va a gobernar un país donde no hay dos que pidan un mismo tipo de café! El tiempo le ha dado la razón, y en este lío andamos, pidiendo solos, con leche, fría, caliente, corto, capuccino, americano, expreso… y un té verde, que el mapa de España más parece los azulejos del Café Central de Málaga indicando cómo pedir el grano que por primera vez tomara Pedro Páez en África en el XVII.

En Gijón se fueron como locos a matricular en tiempos, sus coches, a Gerona, cuando la matrícula local se estableció como GI para poder quitar la O de Oviedo de sus autos. La cordialidad proverbial entre Reus y Tarragona hizo que la parada del AVE se tuviera que poner salomónicamente en medio del campo entre ambos, para no ofender o privilegiar a nadie. Dígale a uno de Cartagena que es murciano, o a uno del Bierzo que es leonés. En La Coruña llaman a los de Vigo “portugueses”. Y en Granada se sienten más granaínos que Boabdil. Y así hasta una lista interminable que pueden seguro que cada uno de ustedes que amablemente me leen, complementar con ejemplos propios.

Bandera de España gastronómica realizada para el Festival Internacional de Sidney

Hemos caído, del normal orgullo de pertenencia paisano, a convertir la tierra que nos vio nacer como el partido judicial por el que hemos de luchar. Y defender con uñas y dientes lo que unos u otros han decidido que seamos. Que de lo que les contaba entre el Real Sitio y la Leal Villa no les he dicho que antes éramos segovianos y ahora madrileños. De coña. Para mí, que soy mestizo, no voy a dejar de disfrutar con un buen arroz senyoret con alioli y una cecina y un chorizo picante leonés; con rabas santanderinas y cocido madrileño; con boquerones vitorianos y con un tierno lechazo. Creo que la única patria que entiendo es un mantel bien dispuesto donde compartir con todos (y entre todos) la riqueza que tenemos. Y sumar. ¡Sumar! Que parece que no nos enteramos. Coñes.

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