España está enferma. No es un tópico noventayochista. Desgraciadamente es literal. Y cientos de vidas están muriendo en una lucha contra un maldito virus. Confinándonos en nuestras casas a la mayoría, mientras que en el día a día, otros siguen en sus puestos de manera profesional arriesgándose a convertirse en estadística de esta pandemia del Siglo XXI que se ha llevado de un plumazo el tópico de estar viviendo los felices veinte. Tampoco los del siglo pasado fueron tales. Pero ya nadie olvidará este 2020.
Por eso hoy quiero recordar, como Espía Mayor, lo que se me quedara en el tintero cuando escribí un libro llamado Siempre tuvimos héroes. Ya ya. Imagino que estarán algunos pensando, joer con el plumilla, que nos quiere meter de matute publi de su libro. ¡No osara yo tal, por vida de…! Bueno, algo sí. Pero también por una razón. La de que puedan estar orgullosos de nuestra Historia. De tanto bueno que hicimos y todo lo que aportamos al humanitarismo nada menos. Pues esa fue y no otra, la razón por la que lo escribí. Que si andan ustedes creyendo que con los maravedises que da el escribir me estoy haciendo un Creso, ya les digo que craso error. Y me permitan el fácil y pedante juego de palabras.
Cuando leí con grata sorpresa que el Ministerio de Defensa nominaba a su operativo en el apoyo contra el coronavirus como Operación Balmis, no pude menos que recordar ese capítulo dedicado a quien llevara por todo el mundo, y es literal, la vacuna contra la viruela. El alicantino Javier de Balmis, junto con el catalán José Salvany y la gallega Isabel Cendal, la primera enfermera considerada como tal, de la Historia. ¿Cómo no sentirme muy orgulloso de nuestro pasado? Porque no lean de manera literal al coñón de don Miguel de Unamuno cuando dijo eso de «¡que inventen ellos!». O mejor, lean entera la cita y su contexto. Pero sobre todo, sepan que no es verdad.
Pues entre descubridores, precursores e inventores, tenemos sólo en ciencia, para sentirnos toda una potencia. ¿Ciencia en España? A usté se le ha ido la pinza rosalegendaria, señor Espía. Sepa que no, amable y desconfiado lector. Ciencia. En España. Y mucha. Pero como siempre, se nos ha olvidado.
Se nos ha olvidado que fue en 1582 cuando Felipe II instituye en Madrid la Academia de Matemáticas, con un tal Juan de Herrera como director, con ingenieros civiles y militares, arquitectos y cosmógrafos trabajando juntos, antecedente directo de la Academia de Ciencias, Exactas, Físicas y Naturales. Que fue en tiempos de este denostado Filipo cuando se llevaría a cabo en 1571 la primera expedición científica de la Historia Moderna en los territorios americanos. De la misma, saldría una descomunal obra de 38 tomos, base de muchos aspectos de la medicina y la farmacopea moderna. ¡Ahí es nada!
Por cierto, un reconocido y venerado científico italiano dijo no estar de acuerdo con su contenido porque no podía creer que tales descubrimientos pudieran ser reales. Lo eran. Y eso que el científico negacionista se llamaba… Galileo Galilei.
Pero es que en 1618, un madrileño de Fuentes de Olmeda llamado Pedro Páez de Jaramillo, descubre las fuentes del Nilo (aunque fuera un escocés quien quisera reivindicar tal hecho, y eso que llegó en 1768). Pero lo importante fue su obra Historia de Etiopía que, citando al escritor Javier Reverte: «Los ingleses la valoran como un antecedente de Darwin porque es un libro de alto contenido científico». Y eso que Sir Charles ya fue a su periplo conociendo, además, la obra del militar y científico oscense Félix de Azara, cuya obra era de cabecera del inglés, entre otras cosas porque la escribiría un siglo antes, anticipándose en sus estudios a lo que luego Darwin desarrollaría.
No quiero ser moroso refiriéndome a quienes merecen libros propios. Pero al menos queden citados, como la Expedición Malaspina – Bustamante, mandada por el tercero Carolo en 1789, navegando por todo el mundo, llevando naturalistas, botánicos, astrónomos, hidrógrafos, y dibujantes que plasmaran todo aquello. O al médico tarraconense Jaume Ferran i Clua, un precursor a finales del XIX de una serie de vacunas, entre ellas las que permitirían luchar contra el cólera, el tifus y la tuberculosis. La labor de nuestro Premio Nobel, Ramón y Cajal, que hizo la neurociencia posible hasta nuestros días, estando al mismo nivel que Einstein para la física. Y hasta, para que vean lo que son las cosas, ¡cómo no citar al logroñés Manuel Jalón! El inventor de la fregona, esa de la que tanto nos enorgullecemos pacatamente, y no de otro de sus inventos que revolucionó la sanidad en todo el mundo: ¡las jeringuillas y agujas desechables!
En suma, lugares como la Biblioteca Sanlorentina nos recuerdan que dentro guarda España, como dicen que quedara dentro de la Caja de Pandora, la esperanza. O más bien, el ejemplo de que si fuimos algo muy grande, ese reflejo está aquí. Entre nosotros. Hoy mismo. Ahora y en el presente. Y en ese aplauso que se da cada día a las ocho de la noche, a quienes están en primera línea defendiéndonos. Con batas o uniformes verdes. Civiles y militares. Pero también los que desde retaguardia siguen en sus puestos alimentándonos, trabajando, y no permitiendo que nos vayamos al garete como sociedad. Como nación. Pese a los traidores, irresponsables y cobardes que siempre y en cada momento de la Historia nos vamos a encontrar. No les demos una línea más de mención. Se irán por el retrete como las toneladas de papel higiénico que hemos acaparado.
Pero no olvidemos nunca, pero nunca, que siempre tuvimos héroes. Y hoy siguen entre nosotros.
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