Uno de los lugares más atractivos del Monasterio sanlorentino, es el Panteón de Reyes. La Cripta. ¡Que vaya un nombre para una peli de miedo, lo sé! Pero es una de las estrellas de las visitas que por centenares de miles se producen en los Escoriales anualmente. ¿Qué tendrá la muerte que nos atrae a la par que nos espeluzna? El caso es que, una vez en ella, la cantidad de gente que hay muy pocas veces permite reflexionar sobre todo el poder acumulado que quienes se encuentran en esos sarcófagos, llegaron a tener. Ahora, escuetas mojamas tras su primer paso por el pudridero (¡a gore en España no nos va a ganar nadie ni en el hereje Jalogüín!), reconoce la Canina su poder sobre todos, por más alto que creas que seas o estés (ya sabe, don Pedro, Memento Mori y todo eso).
Como tengo pase pernocta como Espía Mayor, gusto bajar cuando ya no hay nadie las escaleras que llevan a lugar tan impresionante, a reflexionar sobre las vidas de quienes influyeron en tantas otras. Me sobrecojo al ver el nombre de Carlos I, el César Carlos, rey de romanos, el Emperador por antonomasia, que quiso estar enterrado bajo el altar mayor de la Basílica, pero con medio cuerpo bajo los pies del sacerdote como símbolo pío de humillación. No podría imaginar la humillación que sufriera durante esta Guerra Civil del 36 (¡que se me está haciendo larguísima!), cuando su momia fue exhumada y profanada por los milicianos.
Ahora reposa sobre su hijo, el gran Felipe, el Prudente, Rey de las Españas como se gustó de nominar. Y la verdad es que, ya que nos hemos puesto a hablar de exhumaciones como quien no quiere la cosa, y he oído que el tema está de moda en un Valle no muy lejano de donde estoy, me permito compartir en estas notas mis impresiones. Máxime cuando me percaté de que no queda ya sarcófago libre para nuevos inquilinos, y que (sin echar maldiciones romaníes a nadie) sería cosa de ir pensando algo. Que luego todo son prisas y que si él no quería ir ahí, que si sí, que si no… ¡Un follón! Y la verdad es que un par de ideas sí que me parecen interesantes a considerar.
De primeras, que los citados Carlos I y Felipe II no pueden estar ahí, como unos más en este sitio, junto con personajes como Fernando VII o Francisco de Asís, del que se decía que llevó más bordados en su noche de bodas que la reina, según confesión de la propia Isabel II. ¡Qué mejor que tuvieran a ambos lados del altar mayor, como ahora lo hacen sus doradas y espectaculares estatuas obra de Pompeo Leoni, lugar de reposo provisionalmente eterno! Estarían en un lugar más cercano a los deseos de ambos monarcas, y con el punto de relevancia que merecen por ser, uno quien construyó el Palacio Monasterio, y el otro una de las razones del mismo para ser construido. Ale. ¡Ya hemos hecho hueco!
Metidos en harina, ya que he citado al que todos conocemos como el Rey Felón, muchos merecimientos para estar ahí sólo le veo uno. ¡Que nació en ese lugar! Pero también don Carlos lo hizo en Gante y don Felipe, en Valladolid, y no por eso les vamos a mandar a tales lares. Y como aquí lo que habría es que hacer hueco, y con él ganaríamos para tres generaciones (Juan Carlos, Felipe VI, y la futura Leonor IV, si mal no me salen las cuentas en todo), pues propongo lo que, entre bromas y veras propuso hace poco el escritor Pedro Corral: llevarlo al Palacio de Aranjuez. Si a Franco se le ha llevado al Pardo, no veo porqué no habríamos de hacer lo propio con quien tanto tiene que agradecer a la capital de las vegas madrileñas.
Aunque me queda una duda. Y aquí no sería sobre exhumación, sino sobre inhumación. Porque sobre el dintel de entrada a la Cripta se encuentran dos sarcófagos aún vacíos. A la espera de quienes ya reposan, sin embargo, a pocos metros. En ese ínterin previo a ser ubicados en sus sepulcros de mármol. Las inscripciones, apenas cinceladas, permiten leer al ojo avizor lo que ponen, descubriendo sus futuros moradores: «Ioannes III, comes Barcinonae» (Juan III, conde de Barcelona). Y aquí es donde hay algo que no me cuadra, no me cuadra…
Es bien sabido que fue ésta decisión del rey Juan Carlos (cuyo ordinal sería innecesario como el del Papa Francisco, pues no habido un II en ninguno de los casos). Y que la legitimidad dinástica le fue reconocida por su padre el infante don Juan de Borbón, jefe de la Casa Real tras renuncia de Alfonso XIII, con el título de pretensión de Conde de Barcelona. Un título que sólo es regio. Por eso así lo ostenta ahora el rey Felipe VI. ¿Es posible que tal título, que el rey Juan Carlos le deja que siga teniendo, le otorgue tal distinción? Tengo mis dudas.
La legitimidad de la Monarquía Hispana se sustenta en algo tan democrático, incluso avant la lettre desde hace siglos, en que para ser tenido por rey, ha de ser proclamado ante sesión solemne de las Cortes españolas. Por eso no hay coronación en España, sino proclamación. Y nunca se ha proclamado a ningún Juan III. La paradoja añadida se da en que es en el Monasterio de Poblet donde el propio don Juan dejó pagadas sendas tumbas para él y doña María de las Mercedes, su esposa. Y creo que no habría lugar más adecuado para ambos que el del Panteón de la Corona de Aragón, titular del Condado, como lo es dicho Real Monasterio.
Pues las formas son importantes hasta en la muerte. Como hemos visto.
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