La primera misión ExoMars llega el miércoles al Planeta rojo en busca de señales de vida presente o pasada. Posará sobre la superficie el módulo Schiaparelli.
Todo está a punto para el primer desembarco europeo en Marte. Si el programa marcha como está previsto, este miércoles, y tras un viaje espacial de siete meses de duración, la primera de las dos misiones del programa ExoMars llegará al planeta rojo. Y lo hará con el objetivo concreto de despejar, de una vez por todas, las dudas sobre la posible existencia de vida en el mundo más visitado por el hombre de todo el Sistema Solar.
Se trata del proyecto espacial más ambicioso jamás emprendido por la Agencia Espacial Europea (ESA), llevado a cabo en estrecha colaboración con su homólogo ruso, la agencia Roscosmos. El objetivo principal de esta primera misión, a la que seguirá otra en 2020, es analizar, con una precisión diez veces superior a la conseguida hasta ahora, el metano presente en la atmósfera marciana, determinar si su origen es biológico y localizar los puntos de emisión sobre la superficie marciana. En la actualidad, la procedencia real del metano de Marte es uno de los más grandes enigmas científicos que envuelven al planeta vecino.
El programa ExoMars consta, pues, de dos misiones espaciales diferentes: la primera, que fue lanzada el pasado 14 de marzo desde el cosmódromo de Baikonur, en Kazajistán, y que llega este miércoles a su destino, consiste en una sonda orbital, Trace Gas Orbiter (TGO), y un módulo de aterrizaje, llamado Schiaparelli, que deberá posarse suavemente sobre la superficie; la segunda, prevista para 2020, colocará sobre el polvoriento suelo del planeta rojo un vehículo autónomo de exploración cargado de instrumental científico de última generación.
Un viaje en dos etapas, con el que los científicos de la ESA esperan poner punto y final a la cuestión que ha llevado al hombre a enviar ya más de cuarenta misiones a Marte: averiguar si allí hubo, o hay todavía, alguna forma de vida. Pero este primer vuelo servirá también para otra serie de cometidos. El más importante será probar los nuevos sistemas de entrada, descenso y aterrizaje. Todo con vistas a preparar, para 2020, la llegada de un sofisticado vehículo robotizado que recogerá muestras “in situ” y las enviará de regreso a la Tierra.
Según explica Silvia Bayón, ingeniera de sistemas de la misión, “esta es la mayor nave lanzada a Marte por la ESA. El satélite pesa más de 4.300 kg, incluyendo los 600 kg del módulo de aterrizaje. Eso supone un reto tremendo, tanto en el lanzamiento como en las maniobras de frenado cuando lleguemos al planeta rojo. Solo en las maniobras de aproximación y captura de la órbita marciana consumiremos más de la mitad del combustible. Es la primera vez que la ESA utiliza la maniobra de aerofrenado en una misión”.
Tres días antes de alcanzar la atmósfera marciana, el módulo Schiapparelli se separará de la sonda TGO y cubrirá en solitario la última etapa del trayecto, unos seis millones de kilómetros. Una vez entre en la atmósfera de Marte, empezará una maniobra de descenso que durará apenas seis minutos. El impacto del módulo será amortiguado por una estructura deformable que va unida a la base del módulo y que ha sido construida en España.
Cámara modesta
Durante la maniobra de descenso, Schiapparelli tomará 15 fotografías, en las que se podrá ver cómo su punto de aterrizaje está cada vez más cerca. Sin embargo, el módulo no está equipado con una cámara científica de alta resolución, sino con una mucho más modesta y capaz solo de tomar imágenes en blanco y negro. Como se ha dicho, la misión principal de Schiapparelli es poner a prueba los sistemas de aproximación y aterrizaje, con vías a la misión de 2020. Todas las imágenes se almacenarán en el módulo de memoria de Schiapparelli y se transmitirán a la Tierra el 20 de octubre, un día después de su llegada.
El lugar elegido para posarse es la llanura Meridiani Planum, la misma donde, en 2004, aterrizó el rover Opportunity de la NASA, situada a dos grados al sur del ecuador marciano y recubierta por una capa de óxido férrico (oligisto) que, aquí en la Tierra, suele formarse solo en presencia de agua líquida. Durante cerca de una semana, el tiempo que tardarán en agotarse sus baterías, el módulo medirá, entre otras cosas, la velocidad del viento y su dirección, la presión y la temperatura cerca de la superficie y, también, estudiará el campo eléctrico en la superficie marciana y la concentración de polvo en la atmósfera, lo que permitirá aprender más sobre la formación de las tormentas de arena que sacuden periodicamente el planeta.
Pero la mayor parte del trabajo científico de esta misión no estará sobre la superficie, sino en órbita. Allí, en efecto, y tras separarse del módulo de aterrizaje, la sonda TGO se dirigirá directamente a su órbita de trabajo, a 400 km de altitud sobre Marte, y comenzará a tomar datos. Como se ha dicho, su principal objetivo será analizar el metano presente en la atmósfera marciana y tratar de averiguar su procedencia. TGO también estudiará otros gases atmosféricos de posible origen biológico, como vapor de agua, óxidos de nitrógeno y otros derivados del metano. Algo que sus instrumentos le permitirán hacer con una precisión diez veces mayor que la actual.
Este domingo, los componentes de la misión -el orbitador TGO (Trace Gas Orbiter) y el aterrizador Schiparelli- han culminado con éxito sus maniobras de separación en el acercamiento a Marte. Tras siete meses de viaje, Schiparelli se separó de TGO para iniciar su viaje de tres días hasta la superficie de Marte. Las señales de telemetría recibidas en el control de la misión han sido en todo momento satisfactorias.