Hace ya 32 años, el 15 de octubre de 1991, el experimento Fly’s Eye, de la Universidad norteamericana de Utah, detectó el rayo cósmico de mayor energía nunca observado. Se trataba, de hecho, de una partícula subatómica procedente de un lugar indeterminado del espacio, pero poseedora de una cantidad tal de energía que los científicos, incrédulos y sorprendidos, la llamaron ‘Oh-My-God particle’, o lo que es lo mismo, la ‘partícula Oh-Dios-mío’. Nada en nuestra galaxia tenía el poder de producir algo así, y para colmo la partícula transportaba incluso más energía de la que las teorías creen posible para cualquier rayo cósmico que alcance la Tierra. En otras palabras, una partícula como esa ni siquiera debería existir.
Desde entonces, el experimento Telescope Array, una colaboración internacional en la que participan Estados Unidos, Rusia, Corea del Sur y Bélgica, ha observado más de 30 rayos cósmicos de energía ultra alta, aunque ninguno de ellos se ha acercado siquiera al nivel de ‘Oh-Dios-mío’. Un récord que, sin embargo, estuvo a punto de ser pulverizado el pasado 27 de mayo de 2021.
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Ciencia