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El componente básico del ARN pudo surgir en los cometas

El componente básico del ARN pudo surgir en los cometas
José Manuel Nieves el

El cometa Churyomov Gerasimenko, visitado por la misión Rosetta de la Agencia Espacial Europea – ESA

 

Es la primera vez que la ribosa, un azúcar esencial para la vida, ha sido hallado fuera de nuestro planeta.

El origen de la vida en la Tierra es objeto de debate prácticamente desde que el hombre es hombre. Incluso hoy, los científicos no están seguros de si los “ladrillos” básicos de la vida se crearon aquí, en nuestro planeta, o si por el contrario fueron traídos a la Tierra por cometas y meteoritos. Una duda cuya resolución resulta de la máxima importancia, porque si efectivamente esos componentes fueron traídos aquí “desde fuera”, entonces nada impide que esos mismos ladrillos hayan sido transportados también a otros planetas.

Los constituyentes biológicos fundamentales para la vida son compuestos orgánicos que pueden ensamblarse entre sí para formar proteínas, así como ARN y ADN, elementos básicos para las células vivas. Y resulta que hasta el momento, los investigadores han encontrado la mayoría de estos compuestos básicos tanto en cometas como en meteoritos, aunque también, “sueltos” en el espacio, mezclados con el polvo interestelar. Sin embargo, la ribosa, un azúcar que constituye el “esqueleto” del ARN, nunca había sido hallado fuera de nuestro planeta. Por eso, el anuncio de un equipo de investigadores franceses en la revista Science, afirmando que la ribosa puede formarse en cometas, ha sorprendido a la comunidad científica internacional. Y refuerza, de paso, la idea de que la vida fue “sembrada” en la Tierra por estos vagabundos espaciales.

Igual que el ADN, también el ARN (Acido ribonucléico) codifica información, a pesar de ser una molécula mucho más simple. Una popular hipótesis científica sugiere que las formas de vida más primitivas habrían usado ARN en lugar de ADN para transmitir la información genética a las nuevas generaciones. Incluso en la actualidad, con múltiples formas de vida compleja plenamente desarrolladas, las células siguen utilizando ARN para que transporten la información necesaria para que las proteínas se ensamblen de la forma correcta. Incluso siguen existiendo virus

cuyos genomas se basan exclusivamente en el ARN.

El experimento de la vida

La historia de la búsqueda de los procesos químicos que pudieron llevar a la vida comienza a mediados del pasado siglo XX, cuando Stanley Miller y Harold Urey trataron de crear aminoácidos induciendo corrientes eléctricas (que simulaban rayos) en una mezcla de agua, metano, amoniaco e hidrógeno la cual, según ellos, recreaba la atmósfera de la Tierra joven.

El nuevo experimento, sin embargo, va más allá, y trata de reproducir las condiciones que reinaban en el “disco protoplanetario” (el material sobrante de la formación del Sol) a partir del que se formaron tanto los cometas como los planetas en nuestro Sistema Solar. Los investigadores enfriaron una mezcla de metanol y amoniaco hasta una temperatura de -195 grados Celsius y en el interior de una cámara de vacío. Al mismo tiempo que la mezcla se condensaba para formar hielo, los científicos la bombardearon con luz ultravioleta. El proceso resulta muy similar a lo que sucede en un disco protoplanetario, cuando pequeños granos de hielo se unen entre sí para formar cometas. Ocasionalmente, los científicos calentaron el hielo hasta llevarlo a temperatura ambiente, para simular lo que sucede cuando un cometa se acerca al Sol. Al final, durante el experimento se formaron una gran cantidad de compuestos orgánicos, incluyendo ribosa y otros azúcares.

¿Pero cómo pudieron esos componentes llegar hasta la Tierra? Cualquier azúcar o molécula orgánica formada en el disco protoplanetario habría tenido que sobrevivir a los múltiples impactos sufridos por los granos de hielo al juntarse para formar cometas y asteroides. Y aunque recientes experimentos sugieren que este proceso podría no ser violento en absoluto, las colisiones continuas entre los pequeños fragmentos de material habría tenido que destruir, si no a todas, sí a la mayor parte de estas moléculas orgánicas.

Evidentemente, no fue así. Diversos experimentos en los que se dispararon unos contra otros granos helados han demostrado que también este proceso puede conducir a la formación de compuestos orgánicos, como por ejemplo aminoácidos. La Tierra se formó gracias a la colisión y fusión de objetos más pequeños, como cometas y asteroides. El calor liberado por estas colisiones, sin embargo, se hizo tan intenso que formó un océano de magma sobre la superficie de la Tierra naciente. Y eso sí que debería haber destruido cualquier componente orgánico que estuviera presente. Una segunda “oleada” de cometas y asteroides lloviendo sobre el joven planeta debió ser, por lo tanto, la responsable de liberar en él los compuestos orgánicos necesarios para la vida.

Otros mundos «sembrados»

A pesar de lo emocionante de estos resultados, es importante recordar que deben ser verificados mediante la observación de lo que sucede en cometas reales. E incluso después de esa comprobación seguiría siendo posible que los ladrillos básicos de la vida se hubieran formado directamente aquí, sin necesidad de una aportación “extraterrestre”.

El hallazgo, sin embargo, viene a sumarse al número creciente de evidencias que sugieren que los ladrillos de la vida son extraordinariamente comunes en todo el Universo, lo que nos lleva a la tentadora posibilidad de que otros mundos que reunieran las condiciones adecuadas también podrían haber sido “sembrados”. Ahora, la gran pregunta es saber cuál es la probabilidad de que esos pequeños ladrillos básicos se ensamblen, efectivamente, hasta formar un ser viviente. Para ello, las moléculas deben alcanzar concentraciones que permitan desencadenar reacciones adicionales, y eso aún no ha podido encontrarse en ningún meteorito. Aunque los nuevos experimentos sugieren que esas grandes concentraciones sí que podrían darse en los cometas.

La cosa no termina aquí. Porque la ribosa no es el tipo de azúcar más abundante que se formó durante los experimentos de los científicos. Lo cual nos lleva a la pregunta de si pudo formarse, en algún lugar, alguna clase de vida basada en otro tipo de azúcar y, por lo tanto, con un mecanismo de codificación diferente al ARN. Y si fue así, ¿cuánta agua haría falta para que el proceso funcionara? ¿Y sería necesaria una superficie sólida? Responder a estas cuestiones es el punto actual en el que se encuentra la investigación. Y el paso necesario para comprender si la mera presencia de los componentes básicos de la vida por todo el Universo fue suficiente, o no, para que pueda surgir vida fuera de la Tierra.

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