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Blogs Música para la NASA. por Álvaro Alonso

Hank Idory, el renacimiento del pop español

El compositor y músico Juancho Alegrete nos desvela la historia de una pasión que empieza a dar sus frutos

Hank Idory, el renacimiento del pop español
Álvaro Alonso el

La vida te da sorpresas, a veces muy agradables, como conocer a Juancho Alegrete, un compositor excepcional. Enamorado de las canciones y las melodías inmortales de Beatles, Beach Boys, Bacharach o Astrud Gilberto y Stan Getz, surge su talento de manera tardía en Valencia, al frente de Hank Idory, un soplo de aire fresco en el panorama del pop patrio que a un servidor le remonta a una rama del pop de los sesenta de Brincos, Juan y Junior o tantos otros conjuntos, una herencia de pop mayúsculo en castellano que desgraciadamente ha sido dejada de lado por los músicos actuales. Hank Idory suena a eso y mucho más, a Big Star, Byrds o Teenage Fanclub, The Association o West Coast Experimental Pop Art Band. Las diez canciones de su (hasta ahora) único disco deslumbran, desde la beatlemana “El tiempo siempre miente” a la Rickenbacker encantadora de serpientes de “Hablando solo”, mi favorita del disco. El legado universal de Brian Wilson recibe su precioso homenaje en “Lo mejor de mí”, mientras la magia surfera bajo cielos grises de las tierras del Norte se materializan en “Algo está cambiando”.

HANK IDORY/Favio Mogrovejo Florentini

En fin, una colección de singles completa en un disco de diez canciones tremendas, llenas de capas, matices, fantásticamente producido con la inestimable ayuda de Carlos Soler, con aparente sencillez y con un gusto por el detalle que hablan muy bien del artista. Suenan violas, violines, trombones y trompetas, bajos, baterías, xilófonos, mellotrones y muchas, muchas guitarras. De la bossa nova elegante de “Gran angular” hasta las confesiones vitales de “Hoy empieza todo”,  nos encontramos ante una joya de disco que el tiempo pondrá en el lugar que merece, editado en vinilo, a la vieja usanza por Pretty Olivia en junio de 2017, aunque a año y medio de su publicación, sea tarea difícil encontrar copia física (no así en plataformas como spotify, donde sí puede disfrutarse). Juancho está más activo que nunca, y con unas ganas locas de volver al estudio, con afán de sorprendernos a todos con las canciones más bonitas del mundo.

Ahora bien, ¿no sería mejor que el propio Juancho cuente su historia, una de esas historias con final feliz? Pues tenemos la fortuna de que tras retorcerle el brazo, acccedió. Y esta es su historia, la de un músico como la copa de un pino, intuitivo y perfeccionista, original desde la tradición. Que la disfruten:

«Bueno, pues te voy a contar algunas cosas…¡a ver cómo empiezo! Nací en Madrid.  Mi familia es de Madrid y allí viví hasta los 4 años. Sin embargo, seguí pasando allí parte de mis vacaciones de verano, Navidad y Semana Santa. Mis recuerdos de infancia están ligados al olor  de los abetos que vendían en la Plaza Mayor en Navidad, a la calle Embajadores (donde vivían mis abuelos maternos) y a las tortitas con nata de la cafetería Nebraska en la glorieta de Cuatro Caminos (donde vivían mis otros abuelos). Recuerdo que me encantaba viajar en coche, de camino a mi casa en Aluche, de regreso de una visita a mis abuelos. Por el trabajo de mi padre, solía venirnos a recoger en un Land Rover Blanco. Nos llevaba por un camino lleno de curvas hasta coger la M30 bajando desde el Palacio  de Oriente. Me encantaba quedarme dormido en ese trayecto por la noche… Me gustaba mucho mi casa de la Calle Tembleque. Con la fachada en ladrillo rojo. Era un barrio nuevo y con muchos jardines. Nunca he vuelto a sentir un aroma tan agradable como el de la tierra después de la tormenta en aquellos jardines de mi barrio en Madrid. A los 4 años, el trabajo de mi padre nos llevó a Ourense. Allí pasé la segunda parte de mi infancia, hasta los 8 años. Ourense era entonces una pequeña ciudad, llena de puentes y bastante lluviosa según recuerdo. 

La música estuvo presente en mi vida desde bien pequeñito y fue a través de un matrimonio que mis padres conocieron en una residencia de verano en Carballino, Galicia. Ellos eran de Valencia y unos auténticos melómanos. Supieron transmitir ese amor por la música a mi familia en forma de grabaciones de casete que luego mis padres ponían en los largos viajes de Ourense a Madrid (muy frecuentes). En el Simca 1200 de mi padre sonaba Elvis Presley, Frank Sinatra, Glenn Miller, Beatles, Herb Alpert, Andrew Sisters, David Bowie… Una mezcla heterogénea y, supongo, completamente ligada a estados de ánimo de quien las grababa. El azar quiso que en aquellas vacaciones mis padres conocieran al padre de Juan Vitoria, quien luego sería el dueño de Discos Amsterdam, en Valencia. Así que creo que haber crecido con aquella educación musical fue un autentica suerte. Uno de los sitios más atractivos de Ourense era la cafetería del Gran Hotel San Martín, que daba a un pequeño jardín japonés. Alguna vez mis padres quedaban allí a tomar un aperitivo con amigos. En medio de esas conversaciones adultas yo me quedaba escuchando la música que sonaba de fondo, ¡ya entonces se me daba muy bien eso de evadirme de las conversaciones a través de la música! Con el tiempo descubrí que esas melodías estaban en esta compilación de Burt Bacharach.

Supongo que por esta razón me gustan las grabaciones de Burt Bacharach con su orquesta.  No suenan tan cool como las grabaciones de Dionne Warwick pero a mí me gusta escuchar así su música. A pesar de lo ampulosa que parece de este modo, se aprecian mucho mejor sus melodías, cambios de acordes y su imposible arquitectura. Esas versiones orquestadas, en realidad, a mí me suenan como una reproducción en miniatura de esas canciones tan enormes. Ahora disfruto escuchando este disco cuando conduzco a solas. Siempre me llevará a esos días, de paseo con mis papás por aquellas calles de Ourense, lluvioso, triste y lleno de puentes.

A los 7 u 8 años descubrí una melodía en “Barrio Sésamo”. Era una alegre canción llamada “Don viento” que yo solía tararear. Años después descubrí que “Don viento” no era sino una versión de “Windy”, que encontré en otro disco que tenían mis padres por casa: un disco del sello Verve de Stan Getz y Astrud Gilberto, con una refrescante portada verde. La voz ingenua de Astrud Gilberto le sentaba genial a esa melodía y ya me quedé enamorado.

Me costó unos años más dar con la versión original pero valió la pena la búsqueda porque descubrí que estaba en este LP de The Association. Para mi sorpresa no era la más bonita del disco, que está lleno de preciosas melodías soleadas. ¡Fue como seguir las pistas de un mapa del Tesoro!

A los 8 años, llegué a la soleada Valencia, por motivos del cambio de trabajo que hizo mi padre. Mi madre no se adaptaba a la vida triste de Ourense.  Y llegó la luz a mi vida.  La vida en Valencia se hacía más en la calle, siempre hacía calor y, entonces era muy segura. Los niños estábamos todo el tiempo jugando en la calle. Yo no estaba acostumbrado y fue todo un cambio. Crecí en medio de la huerta, en una zona nueva, a las afueras de la ciudad, llena de jardines. Recuerdo que me encantaba cuando los jardineros venían a cortar el césped. Qué olor tan dulce. Es el barrio donde vivo ahora. Además, en Valencia, las visitas a casa de los Vitoria se hacían más frecuentes. Allí estaba yo, un niño de 10 años de visita en casa de unos amigos de mis padres. Pero, vaya casa! Me dejaban en una habitación completamente empapelada de fotos de artistas de rock, a leer comics de Tintín mientras me ponían un disco tras otros y me daban de merendar tarta de hojaldre con manzana. Yo era  muy feliz. Y cada vez me gustaba más y más la música. Eso me hizo ser el amante del vinilo que soy. Crecí en esa época.  Y lo soy no solo por el sonido, también por el olor y el tacto: el deleitarse con la portada una y otra vez mientras suenan las canciones, el tacto de cartón barnizado, el levantarse para poner la aguja de nuevo al comienzo de esa canción para oírla otra vez y sentir el olor a vinilo y el del motor del giradiscos.

En casa de mis padres tenía toda la discografía de The Beatles a mano y tuve la suerte de poder escuchar los elepés de The Beatles prácticamente en orden. Pero cuando llegó el turno de Revolver pasé directamente a Sgt. Peppers porque había leído que era su obra cumbre. Luego, por alguna razón, continué con su discografía y me dejé Revolver sin escuchar.

Recuerdo que tenía 14 años y era verano cuando lo escuché por primera vez. Sentí que no había oído nada de ellos tan maravilloso como la intro de “Here, There and everywhere”! Allí encontré la esencia de The Beatles y lo que nunca volví a encontrar en ningún otro de sus discos. Todo lo que más me gusta de The Beatles está en Revolver, por la portada, por las canciones y por el hecho de que es su último gran disco como banda unida. Ese verano cogí la guitarra por primera vez para aprender a tocar las canciones que más me gustaban. Mi primera canción fue el  “Nowhere Man”, de Lennon que incluyeron en  Rubber Soul.

Yo soñaba con hacer canciones como ésas. Dedicaba horas y horas al instrumento, con amigos, solo… No tuve suerte a la hora de encontrar amigos que me acompañaran en el viaje definitivo: A los 17 años escuché Pet Sounds por primera vez. En plena adolescencia me iluminó ya para siempre. Desde entonces lo pongo cada primavera y siempre encuentro cosas nuevas. Basta con escuchar “Don´t talk (put your head on my shoulder)”, para hacerse una idea de hasta qué grado de detalle desciende Brian Wilson en la producción. Allí canta “listen to my heartbeat…listen, listen, listen…” mientras el bajo hace “Pom, Pom-Pom”, imitando los latidos de un corazón y unos timbales que responden con parecida cadencia! Guau!

Durante años, cuando compartía con alguien mi pasión por este disco, no recibía mucho entusiasmo pero a mí ya no me interesaba otra cosa más que recrear esos cambios imposibles.

Llegó mi juventud, 1995. Ese año, cada mes salía un  disco sensacional. Para entonces ya había tocado en algunos grupos de amigos guitarra o bajo, iba alternando. No tuve suerte a la hora de elegir una formación estable que tuviera el mismo interés en hacer canciones. Creo que fue entonces cuando me fui dando cuenta que estar en una banda es divertido, pero limita mucho creativamente. Y es que no me sale lo imponer mi criterio a base de liderazgo, la verdad.

Más tarde, mi atención se centró en mi carrera de Derecho y mis oposiciones. Le dediqué unos años en los que solo pude hacer canciones, pero nada más. Una vez aprobé la oposición, volví a la música. Con todo el tiempo por delante y lleno de energía en mi estudio casero. Y también fue la época en que hice todos los viajes que nunca pude hacer, la de los veranos eternos en Formentera, Menorca, soy un enamorado de las Baleares. Fue el momento en que me casé y fundé una familia. 

Volviendo a la música, en los últimos tiempos he estado en varios grupos pero siempre me pasaba igual: ensayaba los temas que otro componía y a la  hora de grabar yo desaparecía de escena por uno u otro motivo. Justo en el momento en que la banda estaba empezando a sonar de verdad y los proyectos eran cada vez más estimulantes. Tener una banda es un lujo. Es genial y te permite vivir experiencias únicas rodeado de buenos amigos. Sin embargo, a nivel creativo limita un poco. El sonido y criterio de “la banda” siempre se acaba imponiendo. Más que tocar, lo que me gusta es la creación de canciones, las grabaciones. Tocar es divertido, pero no hay nada como hacer canciones.

Llegó un momento en que la vida se fue complicando y el tiempo cada vez era más escaso. Por eso tomé la decisión: lo mejor era dedicar mis energías a mis propias melodías y tomarme el tiempo que hiciera falta. No quería perder más tiempo. Así fue cómo surgió la necesidad de hacer este disco que conoces. Me planté una tarde en el estudio de Carlos Soler. En principio pensaba grabar solamente 4 ó 5 temas para probar pero, desde la primera sesión, me di cuenta que aquello iba a ser muy divertido. De todas las canciones que llevaba solo grabé 1. El resto las fui haciendo sobre la marcha. Así, en busca de la melodía perfecta, hice las 10 canciones del disco. Lo grabé sin decirle nada a nadie, a modo de terapia yo creo. Y después de un año, decidí iba a bautizar el proyecto con el  nombre de HANK IDORY (un juego de palabras para hacer mi pequeño homenaje al disco de David Bowie). Tengo la suerte de haber creado una familia con mi mujer Virginia, que me conoce, me acompaña y entiende todo esto…A ella y a mis dos pequeños, Pablo y Lucía, están dedicadas las canciones de ese disco. Un pequeño sello de Alicante, Pretty Olivia Records, editó el disco en vinilo. 

Ahora, cuando encuentro el momento, sigo grabando más canciones con mis amigos Carlos Soler y Thomas Mantovani mientras la vida va pasando, entre el resto de cosas que también son divertidas, yo sueño cómo va a ser mi próxima colección de canciones. Es mi pequeño proyecto. Es lo que más me gusta hacer y no lo puedo evitar.”

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