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Blogs Música para la NASA. por Álvaro Alonso

Deja de bailar

Deja de bailar
Álvaro Alonso el

Hay canciones que permanecen a través del cambio. Una de ellas es “Venus”, el gran éxito que lanzara como single en 1969 un cuarteto holandés llamado Shocking Blue. La canción, interpretada por Mariska Veres, salió firmada por el guitarrista y lider del grupo Robbie Van Leeuwen. Es uno de esos pocos casos en los que un grupo nacido en el corazón del continente consigue el número uno en las listas Billboard, obtiene el disco de oro y vende más de siete millones de copias en todo el planeta.

“Venus” es una canción sencilla, dedicada a la mujer como algo poderoso e inmortal. En la voz de Mariska y en sus ojos de exótica belleza parece reencarnarse la reina blanca africana Ayesha, a la que todos llamaban She, en la novela de Rider Haggard.

El ritmo que impone la guitarra desde el arranque invita al baile como un empujón en la cubierta de un barco invita a nadar. El tempo se mantiene durante los tres minutos casi exactos que dura la canción, solo cortado por el riff de guitarra que mantiene en vilo el cuerpo a la espera de la descarga del bajo. El estribillo no puede ser más efectivo.

Pero la historia de “Venus” comienza mucho tiempo antes y llega hasta el presente. “Oh! Susanna”, la canción americana más popular de todos los tiempos, había sido creada en 1846 en Cincinnati por Stephen Foster. Con escala en la versión de The Big 3, en 1963, de la que es en gran parte deudora, “Venus”, la versión podríamos decir de “Oh! Susanna” adaptada por Shocking Blue a la pista de baile antes de que existiera tal concepto, apareció por sorpresa dando un salto hacia delante definitivo en la composición inicial de Foster, sin perder su carácter inicial de celebración.

Desde su grabación en 1969 y su publicación el año siguiente dentro del larga duración de Shocking Blue At Home –hoy día pieza buscada por los coleccionistas de discos en sus ediciones originales-, uno puede cruzar los cinco continentes sin que deje de sonar ni un segundo. Si pudiéramos inventar un aparato dentro de un satélite que pudiera registrar si una canción está sonando o no en el planeta tierra, en algún lugar, comprobaríamos que es así. Y que alguien está bailando.

Este es el misterio por fin desvelado de por qué una canción tan sencilla ha conseguido ser tan popular en tantos países distintos y escenarios tan diversos,  desde las más cutres salas de fiesta, bodas y banquetes, hasta  los clubes y las fiestas más exclusivas.  Y siempre con el mismo efecto inmediato: acabar haciendo bailar hasta al más tímido del lugar. Hagan la prueba.

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