Hay ciertos discos que son como páginas arrancadas a la historia, a la espera de que alguien las encuentre en un cajón y las restituya al lugar que se merecen. Es el caso de California Bloodline de John Stewart.
John Stewart había pasado a la historia de la música americana años antes, cuando con 21 años reemplaza a Dave Guard al frente del Kingston Trio en 1961. El Kingston Trio, al principio más encaminado hacia el calypso al estilo de Harri Belafonte, popularizó entre el público masivo la música folk de los Apalaches de manera fortuita, al apropiarse Dave Guard de una canción escuchada en un garito de San Francisco llamado Purple Unión a un desconocido y grabada por el trío en otoño de 1958. Se trataba de “Tom Dooley”, una intensa balada de crimen apasionado que comenzó a ser radiada por varios DJs de Salt Lake City. El Kingston Trio popularizó la música folk haciendo que millones de personas que no habían escuchado los discos de Folkways se lanzaran a comprar el disco. Entre 1958 y 1960 alcanzaron el número 1# en cinco ocasiones. El interés por el folk se incrementó y varios fueron los sellos discográficos interesados en rescatar los hallazgos musicológicos de Alan Lomax, así como los catálogos de folk, country y blues, entre ellos Folkways, Elektra, Vanguard, las británicas Transatlantic y Topic, o Prestige, la última en llegar a la carrera por rescatar la música de raíces para el gran público.
John Stewart, tras su exitoso paso por el Kingston Trio, es invitado a grabar su segundo disco en solitario en Nashville en febrero de 1969. De primeras no mostró mucho entusiasmo por el proyecto. Hay que recordar que John había vendido ya entonces dos millones de copias componiendo para los Monkees “Daydream Believer”, pero fichado por Capitol siguió el consejo del productor Nick Venet, que puso su increíble talento en los brazos de la “Music City Mafia”, los mejores músicos de Nashville que en ese preciso instante estaban grabando Nashville Skyline de Bob Dylan allí mismo, en los estudios de Columbia, a escasos metros de distancia. El ambiente era de gran intensidad, Johnny Cash y Kris Kristofferson eran junto a Bob Dylan, Joan Baez y John Stewart los únicos extraños llegados de lejanas tierras a la meca del country.
Así fue como entró en el estudio John Stewart para grabar el que según Rolling Stone es uno de los 200 mejores discos de todos los tiempos. Entre las luminarias estaba el batería Kenny Buttrey, el bajista Norbert Putnam, el pianista Hargus “Pig” Robbins y la steel guitar de Lloyd Green. Había mágica en el estudio, los maestros estaban en el zénit de su carrera. Las sesiones fueron extraordinarias, incluyendo canciones como “Mother Country” o “Never Going Back”, que había sido escogida por Lovin´Spoonful para su repertorio poco tiempo antes. Doce canciones como mandamientos de la ley de Dios, canciones que aun hoy se escuchan con asombro y veneración, como “She Believes in Me”, “July, You Are a Woman” o “Lonesome Picker”. Todas, las doce, desde “Misouri Bird” a “The Pirates of Stone County Road” pasando por “Shackles and Chains” de excelente para arriba, en fondo y forma.
Durante la grabación ocurrió algo, que abre el debate de hasta qué punto ciertas mentiras canallas pueden resultar altamente eficaces en determinados momentos. El asunto es que cuando terminaron la toma (que salió del tirón a la primera, sin arreglos, nada), los músicos se pusieron a beber cerveza y Jack Daniels. Estaban conmovidos, muy afectados. Entraron en donde estaba John y éste los vio con lágrimas en los ojos. John se sintió halagado por su capacidad para conmover a músicos con el culo pelado en mil y una batallas, y le preguntó a Nick Venet qué es lo que pasaba. Entonces Nick confesó: “La verdad, John, les he contado que tú habías escrito la canción “Mother Country” dedicada a tu padre, diciéndoles que acababa de morir de cáncer”. Por supuesto era totalmente falso, pero resultó: habían tocado como nunca en su vida, como si les fuera el alma en ello. Y hoy podemos disfrutar de un disco de una energía apabullante. Lástima que Stewart nos dejara en 2008.
Desde luego John Stewart siguió componiendo y en su siguiente disco, Willard (1970), pudo rodearse de amigos como James Taylor o Carole King bajo la producción de Peter Asher. Un jovencísimo Billy Mumy, de quince años, interviene en la grabación. El propio Mumy, más tarde estrella de la pequeña y la gran pantalla, ha recordado el apadrinazgo de Stewart, gracias al cual llegó a fundar un interesante y muy poco conocido grupo de quinceañeros bajo el nombre de Redwood. En 1971 volvió a intentarlo con un nuevo disco de gran calidad, The Lonesome Picker Rides Again, pero California Bloodline ha permanecido como su obra maestra.
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